Artículo publicado por VICE México.
James Watson es, en toda la extensión de la palabra, un genio científico. Cuando tenía 25 años —ahora tiene 90— descubrió y describió, en 1953, la estructura del ADN; la afamada “doble hélice” en equipo con Francis Crick, Maurice Wilkins y usando las fotografías de rayos x de Rosalind Franklin sin su permiso. En 1962 se le otorgó a él, Crick y Wilkins el premio Nobel de medicina (Rosalind había muerto años antes) “por sus descubrimientos concernientes con la estructura molecular de ácidos nucléicos y su significancia para transferir información en materiales vivos”.
Los logros de Watson cimentaron lo que en su gran mayoría serían las bases fundacionales de un nuevo paradigma científico que según las palabras del documental Decoding Watson cambiarían irreparablemente el curso de la biología y medicina moderna: “la evolución ya no sería lo más importante, sino la genética”. Y aún así, con asertividad, tenemos que enfrentarnos a la durísima realidad de que nada de esto lo exime de ser un pendejo. Su caso es uno que pone en tela de juicio y expone, con temible ferocidad, que hay una cosa que siempre será más fuerte que cualquier impulso científico o artístico en las personas. Esto es, por supuesto, la ideología que compone al humano detrás del descubrimiento científico, obra de arte o pieza musical por la que es conocido.
Watson no sólo trabajó en la doble hélice, sino que también fue director del Laboratorio Cold Spring Harbor donde durante 10 años cambió su enfoque a atacar el cáncer desde una perspectiva molecular. Pero la polémica no fue ningún extraño para Watson durante prácticamente toda su carrera, acusado de hacer comentarios sexistas para describir a Rosalind Franklin desde la publicación de su libro La doble hélice, a la par de causar furor entre sus colegas, incluyendo a Crick, por insultar o hacer menos el trabajo de los involucrados en las investigaciones biológicas de Cambridge y Harvard, donde fue investigador y docente, Watson siempre fue acompañado con un espectro de soberbia intelectual interesante. “Siempre tuve un problema con decir demasiado de la verdad”, establece el científico en Decoding Watson, estrenado hace una semana. ¿Cuál es esa verdad que le ha causado tanto conflicto? ¿acaso es decir que Franklin podría estar guapa si le pusiera empeño en su apariencia en La doble hélice? ¿sus declaraciones racistas sobre la inteligencia de los africanos? O, en otro caso, ¿empujar las nociones que se tienen sobre la traslación de información a nivel molecular?
En el 2007 sus declaraciones explotaron en su cara, causando que perdiera su puesto en el Laboratorio Cold Spring Harbor y la reputación de una vida como una de las mentes más importantes del siglo XX. Según dijo a una reportera de The Sunday Times bajo un velo de confianza, él cree, pues aún lo sostiene, que “es pesimista sobre el futuro de África”, esto debido a que, según él, las políticas de desarrollo se basan en que “su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas dicen que no”, dijo. “Queremos que todos los seres humanos sean iguales, pero las personas que tienen que tratar con empleados negros saben que eso no es cierto”. Las consecuencias de que un premio Nobel diga semejantes declaraciones pueden ser apabullantes, destruyendo el camino por la lucha social y civil que ha costado sangre de todos sus defensores. El fantasma del racismo es uno peculiar pues apela a las intenciones irracionales más profundas de un individuo. Un científico que suspende el juicio abordando como conclusión una mera premisa, íntimamente errada, sobre las capacidades intelectuales de los humanos.
Platicando por teléfono con el Dr. Antonio Lazcano Araujo de la UNAM y miembro del Colegio Nacional, especialista en biología evolutiva, quedó patente — como se cansó en repetir — que las declaraciones de Watson son propias de “un hombre patético que deforma la ciencia para defender una serie de preceptos inadmisibles”, es decir, la ideología que lo compone viene anterior a sus intenciones científicas. “En realidad le ha dado mucha vergüenza a muchos de sus colegas, inclusive a personas que lo conocen de manera muy directa. En primer lugar por que no tienen el menor ápice de verdad, no hay ningún indicio que señale la inferioridad intelectual, física o verbal de una raza, precisamente porque en este nivel no hay razas. Las diferencias entre los grupos humanos son tan tenues que en realidad, desde hace mucho tiempo, los biólogos y antropólogos hemos dejado de hablar de razas humanas. Es un término muy poco adecuado; en segundo lugar, lo que Watson está diciendo es la demostración de algo que sabemos pasa en muchas otras áreas del conocimiento, esto es que la obra es más grande que quién las hace”, comentó.
Las consecuencias de las palabras de Watson no pueden ser atenuadas, pues se fían de una ola de movimientos de ultraderecha, a una escala prácticamente global, que se han convertido en un foco de atención para biólogos como Lazcano: “lo que estamos atestiguando muchos biólogos es que paralelamente al resurgimiento del racismo, pensemos en el movimiento de Le Penn, el primer ministro húngaro, la ultraderecha alemana o en Italia, este racismo o idea de exclusión de distintos grupos humanos, es que también estamos viendo un intento lamentable y completamente injustificado, a partir de los últimos descubrimientos en genómica, genética molecular, sostener la idea del racismo. Yo creo que es algo que los científicos debemos encarar de manera muy directa esto: no hay ningún elemento en la ciencia contemporánea que sostenga la inferioridad de un grupo humano sobre otro. Yo creo que es algo que todos tenemos claro”, dijo al mismo que sostener que existe un deber dentro de la comunidad científica por no permitir estas tergiversaciones. “Es un problema que debe de analizarse desde muchas ópticas pero ciertamente no hay ningún conocimiento científico que rectifique la idea del racismo. Más bien, al contrario. Se ha descubierto que todos los humanos tenemos el mismo potencial intelectual, físico y demás y que debemos atender las condiciones sociales o estructurales para que ese potencial se desarrolle plenamente”.
En otro momento, en una entrevista con Squire, Watson había hecho una alusión a comprobar sus suposiciones a través de los judíos askenazís, un grupo humano surgido en Europa, particularmente de la región del norte de Alemania y Francia que ha sobresalido por su inteligencia, consiguiendo el 27% de los premios Nobel otorgados a Estados Unidos. “¿Por qué no todos son tan inteligentes como ellos?”, preguntó el científico aduciendo que lo han hecho durante miles de años y fuera de la prueba del tiempo, al parecer colgándose de la noción que esto tiene alguna relación con su genética. El Dr. Lazcano, una vez más, comenta que esto no puede pasar de una intuición: “En realidad él hace una declaración de algo que le motiva ideológicamente pero, de nuevo, carece de un sustento científico. En todas las culturas y grupos humanos se puede y se ha encontrado gente con capacidades extraordinarias, que de algún modo podrían parecer restringidas a un sólo grupo humano. De hecho hay gente que muy generosamente ha dicho que si Watson hubiera estado en un medio científico donde hubiera más personas con distintos orígenes étnicos, africanos, esquimales, indígenas, lo que sea, su perspectiva de las cosas hubiera sido diferente.”. Añadiendo después que no existe ninguna correlación entre los estudios de IQ con la genética, y declarando que es escéptico.
El proyecto de la ilustración se basaba en la noción de que todo puede ser resuelto y atacado desde la razón, la creencia de que la ciencia algún día tendría la respuesta a todos nuestros problemas. La posmodernidad en que vivimos poco tardó en demostrar que esto no es cierto. Watson, sin duda, es un ilustrado. Su aproximación a los problemas y nociones e intuiciones más importantes declaradas a lo largo de la biografía documental muestra que, en términos prácticos, es un determinista ilustrado. La primera pista que se da con respecto a esto es el libro de Erwin Schrowdingër ¿Qué es la vida? Mismo en el que se declara como subtitular, según se muestra en el documental, “Una explicación matemática entre libre albedrío y determinación”. Watson, quien afirma reiteradamente que dicho libro fue una de las mayores influencias para su descubrimiento, parece haber decidido que, de una manera u otra, los genes son la clave para comprender que todo es determinado. “Siempre tuve prejuicio de que los genes son muy importantes. Ellos te hacen lo que eres”, comenta con autoridad.
Le pido al Dr. Lazcano una última posición sobre qué debe hacer la comunidad científica frente a un individuo como Watson y me responde: “Los logros de Watson junto Crick, Wilkins y Franklin son vislumbrantes en todo el sentido de la palabra, e incluso lo que hizo en sus trabajos posteriores. Logró una serie de triunfos científicos completamente inobjetables. Ahora, lamentablemente, lo que estamos viendo es que como decía al principio, es que la obra es mayor que su creador. Todos tenemos derecho a celebrar lo que hizo con respecto a la doble hélice, pero al mismo tiempo hay que reconocer que no está a la altura de la solidez con la que interpretaron los datos que tuvieron para resolver los problemas frente el ADN. Si aplicara la misma sabiduría, intelecto y seriedad a sus propias declaraciones yo creo que no las hubiera emitido, dejado atrás o, al menos, rectificaría. Desafortunadamente, no lo hizo. Lo que tenemos que hacer los demás científicos es notar esa diferencia e insistir que la genómica en modo alguno está revelando determinantes sociales, intelectuales o políticos”, finaliza.
Cuando el documental toma un giro personal, pone en expuesto su noción de determinación al ser presentado con que su primer hijo era esquizofrénico. “Las madres solamente queremos amar a nuestros hijos”, dice su esposa. “Él lo veía como un problema más que resolver, ¿cuáles son los genes de la esquizofrenia?”, al parecer, su hijo simplemente tuvo uno de los dados de los genes arrojados en su contra, cuando en realidad, ese es solamente uno de los factores que detonan dicho trastorno psicológico, pero en la psicología contemporánea el medio de crianza es mucho más probable causante que las determinaciones genéticas. Una vez más, las intuiciones intelectuales de Watson se enfrentan con sus intuiciones ideológicas mostrando una ruptura visible entre su hijo y él mismo. Declarando que la supremacía la tiene su ideología y que este caso no sólo le compete en su vida como científico, sino también como padre.
Al final del documental el director Mark Manucci le pregunta si sostenía lo que había dicho sobre las diferencias intelectuales de los negros. Watson declara categóricamente que sí, “me gustaría que hubiera pruebas que demuestren lo contrario, pero no las hay, así que lo sostengo”, dice, desafortunadamente. Después añade que él es “hijo” de una generación en donde las cosas se decían tal y como eran, sin apologías, al parecer no se dio cuenta de que las cosas se siguen diciendo pero las verdades, especialmente sociales, son eternamente fluidas y cambiantes.
Watson no es una persona partida en dos. Ambas facetas componen a un solo hombre y operan de manera indistinta para su ventaja o desventaja. La ideología que compone al ilustrado determinista permitió descubrir uno de los enigmas más grandes de la biología moderna, incluso algunos lo ponen a la par de Darwin, pero al mismo tiempo se probó completamente infértil para comprender que todo motor de acción ideológico tiene más de dos caras. No fue capaz de someter al mismo escrutinio sus ideas personales para separarlas de sus posturas científicas, como le ha pasado a innumerable cantidad de pensadores antes que él. Es por ello que Watson es un ilustrado tardío que nunca se dio cuenta que el mundo, a diferencia de su modelo de la estructura genética, siempre está cambiando. Y, también, un pendejo.
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