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lunes, 7 de enero de 2019

Migrar y crecer en Chile viniendo de Afganistán

Este artículo publicado por VICE México es una colaboración con La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

Incertidumbre, ansiedad y una constante inquietud rondaban por mi cabeza mientras esperaba el momento de descender del avión, mi papá me había contado que Chile se caracterizaba por ser un país muy angosto —que apenas se podía percibir en el mapa— pero que tenía un enorme mar. Y una de las razones que más me motivaban a descender de esa nave era saber si, efectivamente, Chile era así como él me lo había descrito.

De la salida del aeropuerto solo recuerdo a un señor que, con el paso de los años, terminaría convirtiéndose en uno de los grandes amigos de mi familia. Se trata de una persona de origen afgano que había llegado un año antes que nosotros a Chile. Junto a él, también había otras personas que no conocía, pero que en ese tiempo trabajaban en el Programa de reasentamiento de afganos en Chile.

Después de un largo viaje por tierra, llegamos a una casona muy grande que se caracterizó desde el primer momento por el silencio y la oscuridad. Esa casa parecía demasiado inmensa para tan solo mi papá, mi mamá, mis hermanos y yo. Me pareció sorprendente que al momento de llegar a ese lugar pude percibir como mis hermanos pequeños —dos niños de apenas seis o siete meses de vida— pudieron por fin dormir tranquilos; después de que gran parte del viaje habían hecho notar su molestia y su llanto; tal vez se daban cuenta de que estaban en su nueva casa o al menos en algún lugar mejor.



Al avanzar los meses, comencé a ir a la escuela. No recuerdo con exactitud el primer día, ni los días siguientes, pero sí tengo recuerdos intermitentes de aquellas jornadas, cuando jugábamos en los recreos sin importar nada. Hay hechos que nunca se me olvidarán como la primera frase en español que aprendí: “muchas gracias”.

Podría mencionar que durante los primeros años —incluso me atrevería a decir que hasta la pubertad— no sentí mayores diferencias con mis pares, lo más llamativo o diferente era que al momento de escuchar mi nombre: profesores, compañeros, amigos y en general todos, me preguntaban de dónde venía, qué hacía en Chile, y por qué había elegido este país. Esas eran respuestas que yo manejaba al revés y al derecho y que no me complicaba al momento de compartir, al fin y al cabo era parte de mi realidad.



Al transcurso de los años, entrando a la adolescencia, ya no todo era grato o tranquilo para mi proceso de desarrollo: se hacía evidente que aquellas inocentes preguntas que me realizaban cuando pequeño, ahora tenían un toque de ironía, de indiferencia, e incluso llegué a percibir en algunos casos que eran discriminatorias. Lo anterior también pasó a ser parte del cotidiano y tuve que acostumbrarme, al fin y al cabo es parte de la idiosincrasia del chileno, bromear o sentirse con la autoridad de decir lo que quiere sin pensar en las consecuencias que puede traer para las otras personas.

Fue a finales del año 2014, cuando apenas tenía 17 años, el momento en que tuve que tomar una de las grandes decisiones de mi vida, que influiría totalmente en mi futuro: ¿Qué quería estudiar? ¿Dónde quería estudiar? ¿Qué quería hacer cuando saliera de la universidad? Muchas dudas para alguien que no tenía las herramientas necesarias para responderlas —o al menos, eso es lo que yo creía—. Fue en aquél momento en que mi historia de vida y mi propio origen, me ayudarían a encontrar respuestas para mi futuro. Fue ese el instante en donde el hecho de ser parte de casi 3 millones de refugiados afganos viviendo fuera de su país, se convertiría no solo en una parte de mi historia personal sino que en un motivo para tomar una buena decisión, si no una de las mejores que he tomado a lo largo de mi vida.



Por estas razones ingresé a estudiar Derecho en una institución que se fundó bajo los pilares de protección y promoción de los Derechos Humanos. Pero el establecimiento educacional, no lo es todo; también comencé a realizar pasantías en fundaciones nacionales como la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), la cual se ha caracterizado históricamente por velar por la protección de los Derechos Humanos en Chile, especialmente los de las personas migrantes y refugiadas. En ese lugar, los apoyos que debía entregar a las personas comenzaban desde lo más básico: apoyar a las personas a realizar sus trámites más cotidianos o incluirlos en el sistema de salud educacional y así brindar un apoyo social completo.

De forma posterior, ingresé como pasante a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Chile, la cual me brindó la oportunidad de poder ayudar en cosas muy importantes; como asesorar a las personas solicitantes de asilo, a personas que se encontraban tanto en el país como en el exterior y realizar las derivaciones correspondientes a instituciones socias para entregarles un apoyo integral y completo.

Ahí percibí la humanidad de muchos trabajadores, fui parte de equipos de trabajo inmensos de hombres y mujeres; de personas que despiertan día a día con la convicción de generar un cambio, en la vida de millones de personas refugiadas, solicitantes de asilo, desplazados y apátridas.



Por aquellos mismos años, otro suceso significativo y simbólico marcó mi vida: después de una larga espera y luego de muchos años realizando trámites ante ministerios y otras instituciones nacionales, pude conseguir mi nacionalidad chilena. Se trata de algo muy significativo para una persona que durante un largo tiempo vivió bajo el paraguas de una nacionalidad que nunca le fue otorgada o que simplemente poseía por cortesía. Ya que por el sólo hecho de no haber nacido en mi país de origen, nunca se me otorgó la nacionalidad, mi documentación era simbólica y no tenía validez en la práctica.

Mi historia personal, compuesta por estos y muchos otros momentos que culminaron con la obtención de mi nacionalidad, han sido factores importantes para contribuir a mi formación personal. Como mencioné, he intentado ser parte de un cambio y me gustaría seguir siéndolo, poder ayudar a tender la mano a personas que el día de hoy solo quieren una cosa: una oportunidad para vivir en paz. Una oportunidad de emprender, estudiar, vivir tranquilos y ser felices.

Yo fui una persona refugiada y ahora quisiera continuar trabajando para poder brindar una mano amiga a quienes, como yo, han llegado a Chile con una maleta cargada de esperanzas, sueños y ánimos de crear e influir positivamente en los entornos que nos han acogido.

Alí Akbarzada https://ift.tt/eA8V8J

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