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jueves, 3 de enero de 2019

Por un 2019 diferente: Verónica escapó de su agresor y salvó a su hijo de la violencia machista

Cerramos el 2018 con 1,912 feminicidios y 377 homicidios de mujeres y niñas. Tan solo de los casos documentadas por la prensa e investigaciones propias se registraron dos mil doscientas ochenta y nueve vidas arrancadas a mujeres.

Empezamos el 2019 con la primera vida arrancada, en Valle de Chalco, Estado de México. Camila, una nena de nueve años que salió a quemar cuetes fuera de su casa. El despertar fue doloroso, indignante, desolador. Y más tarde seguían las notas: otra mujer asesinada en Santa Catarina, Nuevo León; otra en Guerrero; una más en el Estado de México; otra en Colima...

Sin embargo, hoy quiero compartir una historia diferente, porque quisiera que esta columna estuviera dedicada a ello, a escribir historias de mujeres vivas, que tal vez fueron lastimadas pero que deben ser escuchadas.

El 31 de diciembre me llegó el siguiente correo, que comparto textual, solo cambiando los nombres por seguridad. Con la esperanza de que esté año las historias de mujeres y niñas asesinadas cesen que las notas horrorosas se terminen, que las noticias de las detenciones pendientes que son centenas al fin se concreten, que cada vez sean más las historias como la siguiente.

Debemos cambiarnos el chip, dejar de juzgar a aquellas que no pueden salir de una relación violenta. Debemos darles la mano. A veces nos rechazaran, pero debemos estar siempre ahí para ellas, sin prejuicios, sin adjetivos, hacerles saber que aquí estamos para ayudarlas.

***

Estimada Frida, buen día.

Me atrevo a escribirle de esa forma porque al leerla, al sentir el apoyo que brinda, me siento en confianza. Y fue ese mismo sentimiento el que me ayudó a contarle mi historia, tras la frustración y el coraje de leer que día a día hay más víctimas de algún ser sin escrúpulos, sin corazón. Y quien debe proporcionarnos seguridad solo nos hace sentir menos.

Mi historia comienza hace casi siete años, cuando conocí a Gustavo. Era mi fiesta de cumpleaños 22. Yo no lo invité; él se invitó solo llegando con mis amigos, y desde un principio hicimos click. Empezamos como amigos. Nos tratamos muy poco tiempo porque la atracción era muy fuerte y nos hicimos novios, durando de esa forma dos años (dentro de los cuales nos volvimos padres), mismos que fueron un vaivén de emociones. En casa tenía discusiones muy frecuentes con mi mamá. Eso fue molestándome y fastidiándome hasta que no pudimos más, y ella y yo explotamos. Me corrió de la casa; tomé su palabra y me fui a casa de Gustavo.

Ahí, su papá me aceptó con la condición de que terminará mi carrera, y así fue. Terminé, me titulé como Licenciada en Derecho. Qué irónico, ¿verdad?, ser abogada y no poder defenderme.

Mi idea de ser mamá joven siempre estuvo presente. Gustavo no era guapo, era más su forma de ser lo que me gustaba. Como todas las mujeres que te escriben, me di cuenta que él era mala persona. Empezó a jalonearme, a celarme, a prohibirme ver a mi familia, a no dejarme hablar con mis amigos. Hasta que un día me pegó, me pegó muy feo, a puño cerrado; me pateó, me deshizo.

Pero yo seguí ahí porque no quería volver con mi mamá. Aunque mi papi me rogaba que regresara yo no quería ver a mi mamá, y después de mi fiesta de graduación, la noticia que me cambió la vida llegó: ¡estaba embarazada!

Fui la persona más feliz, ¿y sabes qué me hizo él? Me pegó, me pateó, iba a golpearme el estómago cuando vio que me lo cubría con todas mis fuerzas, y vino su primer "cambio". Fui a casa de mis padres; ya no me importó como estaba con mi mamá y le di la noticia. Fueron los más felices y lo fui más yo al poder volver a mi casa, con mi familia. Me regrese con mis papás y él entró conmigo, con su carita mustia, con su actitud protectora, ¿por qué es tan ciego el amor? Él se ganó la confianza de todos, menos de mi hermana.

Cuando nació mi bebe, el primer fin de semana, me cacheteó, porque él no quería vivir con mis papás; él quería que nos fuéramos a Guadalajara. La vida es muy cruel, o los tiempos de cada persona son distintos. Mis padres se separaron, entonces yo me fui con él a vivir a Guadalajara. Los maltratos siguieron: más golpes, más patadas, más vejaciones, más abusos (abusaba de mi después de pegarme), más insultos. Mi hijo con su cuerpecito me cubría y le decía “¡no papá!”

En una visita con mis papás a la Ciudad de México, les confesé que él me pegaba. Mi mamá me acompañó por mis cosas y él se encerró en la casa con mi hijo. Le pedí a mi mamá que se fuera y que yo la alcanzaría al día siguiente, pero no fue así. Él llegó a la terminal y no me dejó ir. Volví a quedarme. Otro “cambio”, ¡Volví a creer en otro de sus cambios¡ Juró que no volvería a maltratarnos, que todo sería perfecto, pero todo regresó a su curso. Cada uno de sus golpes, groserías fueron acabando conmigo.

En Guadalajara hice mi primer denuncia. El Ministerio Público que tomó mi declaración veía mi cara, mis golpes, los hematomas que ese día me había provocado, y literalmente me rogó que lo dejara. Me decía: “Niña, no mereces esos tratos, ninguna persona merece ese tipo de humillaciones”, pero no le hice caso y regresé con Gustavo.

Y todo de nuevo siguió su curso hasta el último “cambio” que le creí. Nos regresamos a vivir a CDMX. Empecé a trabajar yo, y él cuidaba a nuestro hijo. Yo proveía los intereses de los tres, ¡Por fin ejercía mi carrera que tanto me costó! Eso a él le frustró; sus ideas machistas no le permitían ver que estábamos mejor económicamente, y un día me pegó en la nariz, un puñetazo certero, que en el trabajo notaron.

Una de mis compañeras sabía mi historia, y le comentó a su novio, un abogado. Con ellos y mis hermanos de respaldo, fuimos por mi hijo y nuestras cosas. Saqué primero a mi bebé; él pensó que mis hermanos estaban afuera porque llevarían a mi bebé al circo, hasta que se dio cuenta que sacaba mis pertenencias. Me pegó frente a ellos. Mi hermano me defendió; mi hermana quitaba a la mamá de Gustavo de la puerta porque no nos dejaban salir. Mi abogado llamó a una patrulla, y mi hijo, mis hermanos, mi abogado y yo nos fuimos al Ministerio Publico, donde nos esperaba mi papá, que no dejó que nos moviéramos de ahí hasta que nos aseguraran que seguirían mi caso. No fue así claro, pero a él le llego una notificación de restricción que mi abogado tramitó y solo así me liberé. ¡Por fin era libre! ¡Mi hijo y yo éramos libres! Y no volvimos nunca más.

De eso han pasado tres años. Las cosas en mi casa volvieron a la normalidad. Mis papás viven juntos, pero no revueltos. La relación entre mis hermanos, mis padres, mi hijo y yo es de cordialidad, de amor, de confianza. Nos sentimos tan protegidos. Veo cuánto amor le transmiten a mi hijo. No te miento, han sido tiempos difíciles, por tener que dejar a mi bebé en una escuela de tiempo completo. Pero al cuidado de mis papás y hermanos, las personas que más lo aman y que él ama, nos sentimos seguros de poder llegar a casa y que nos reciban con respeto, cariño. No más gritos, no más golpes, no más traumas para mi hijo. Él es feliz, yo soy feliz.

Espero, deseo con todo mi corazón, que cuando las mujeres lean esta historia, y estén en la misma situación, sepan que el miedo que sentimos por sacar adelante a nuestros hijos solas es temporal, que hay gente que jamás nos va a dejar solas, que podemos sonreír sin miedo, de verdad podemos. Solo es cuestión de tener valor, de sacudirse el temor y soltarse. No está bien que quien dice amarte te lastime. No es correcto permitir una sola agresión, ¡es mentira que “quien bien te quiere te hará llorar!”

Frida, en lo que pueda ayudarte, aquí estoy. Estaría encantada con ayudar a personas que atraviesan la situación que yo viví.

Gracias por tu atención, por leerme y por ayudarme a contar mi historia. Verónica.

Eres madre, padre, hermana, hermano, hija, hijo. De una mujer víctima de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio búscame, ayúdame a visualizarlas y contar su historia. Voces de la Ausencia.

@FridaGuerrera
fridaguerrera@gmail.com

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