Artículo publicado por VICE Argentina
José Miguel Esses es periodista y docente. Su pasión por la escritura y la investigación lo llevó a publicar los libros No tan distintos: historias de gente con discapacidad mental, Siamo Fuori: por qué no ganamos un Mundial en los últimos veinticuatro años y Los 80: la década. Sin embargo, dentro del variopinto entramado que significa vivir de la escritura en Argentina, también se desarrolló y perfeccionó en el misterioso mundo del ghostwriting o escritura fantasma. Esto significa que además de generar y redactar su propio material, también es el autor secreto de muchos otros textos que llevan la firma de otros. Un oficio mudo que conjuga y establece personalidades detrás de personalidades y que transita un camino alejado de los aplausos y los primeros planos.
VICE: ¿Cómo llegaste a trabajar de escritor fantasma?
José Miguel Esses: El primer tipo de ghostwriting que hice fue como encargado de la comunicación institucional de IAB (Interactive Advertising Bureau) en Argentina, una compañía que se dedica a la publicidad en Internet. En su sitio web tienen columnas de opinión firmadas por los socios y lo que yo hacía era entrevistarlos para desarrollar y pasar a texto la idea que querían transmitir. En general eran columnas cortas sobre temas vinculados a la tecnología y el marketing. Ahí empecé a adoptar el hábito de ordenar y jerarquizar la información que me daba el otro para agregar lo que necesitara el texto.
¿Es un oficio que se elige o es algo que se hace netamente por la plata?
JME: Es una mezcla de las dos cosas. Partamos de la base de que cualquier cosa que uno encara profesionalmente lo hace por plata. Son oportunidades que van apareciendo y este es un nicho interesante que encontré sin buscarlo. Simplemente se me fue dando. Además, el hecho de haber entrevistado a tanta gente durante tantos años me hizo entender cuál es la estructura de un libro y cómo es trabajar en función deun objetivo final y una cierta cantidad de caracteres. Y lo más importante: saber cómo encontrar el personaje en el medio de todo eso para ofrecérselo al lector con la mayor cantidad de detalles y datos posibles.
¿Siempre pudiste contar abiertamente sobre los libros que escribiste de esta forma?
JME: Del que más autorizado a hablar estoy es Por lo que usted y yo sabemos, la biografía del actor Arnaldo André. En todo momento en que trabajando juntos —e incluso antes de que saliera publicado el libro— él decidió contar que lo estábamos escribiendo entre los dos. Nunca quiso hacer la ficción de que se había sentado a escribir solo, sino que me mencionó en todas las notas. También colaboré en Este soy yo, el libro sobre la vida de Claudio “el Turco” García, aquel carismático delantero que se convirtió en ídolo de Racing Club y que llegó a la Selección Argentina a comienzos de los 90. Por supuesto, también laburé en muchas otras publicaciones que no puedo comentar. A veces aparecemos y nos mencionan, pero mayormente no se dice demasiado al respecto.
¿Es un trabajo que tiene lugar solamente en el género autobiográfico?
JME: Hay otro género en el que todavía no incursioné que es el de ser escritor fantasma de empresas. En ese caso, en vez de escribir la biografía de una persona, contás la historia institucional de una determinada marca. Ahí también hay que hablar por otro. La vida política es terreno del ghostwriting: dirigentes y funcionarios tienen todo un equipo de comunicación fantasma a su disposición.
¿Qué elementos y recursos de la ficción se utilizan en el ghostwriting?
JME: De alguna manera, siendo escritor fantasma escribís ficción basada en hechos reales porque agregás paisajes, detalles y tensiones. No inventás nada al cien por ciento, pero amplificás los hechos. Investigás sobre lugares, tiempos, industrias y todo lo que haya rodeado a esa persona durante su vida para que no sea sólo una voz autobiográfica y puedas construir una historia dentro de ese contexto. Por supuesto, después todo se coteja con el autor. Además, estos recursos son de gran ayuda para ir presentando a los diferentes personajes que vayan apareciendo en la historia de manera natural. Cuando hablo de personajes me refiero a los familiares, amigos y hasta incluso competidores del protagonista que van a enriquecer la perspectiva del relato.
¿Cómo es la dinámica de trabajo con la persona sobre la que escribís?
JME: Es una especie de entrevista prolongada a lo largo de varios meses con la posibilidad constante de la repregunta. Por ejemplo, si al desgrabar te das cuenta de que el entrevistado no amplió en un tema importante, o encontrás en medio de la investigación un dato que no habías tenido en cuenta a la hora de la entrevista, tenés esas facilidades. Escribir un libro de esta manera te puede llevar entre ocho y diez encuentros de dos horas cada uno aproximadamente. Este es un trabajo arduo y largo. Estamos hablando de un año o año y medio en total. De más está decir que, para todo aquel al que le cueste comunicarse y mantener una charla, este va a ser un laburo mucho más difícil.
¿Llegás a generar un vínculo con el entrevistado a lo largo de todo ese tiempo?
JME: Es un diálogo abierto en el que vas aprendiendo a pensar como él y tomando muletillas. También vas descubriendo cómo habla y cómo reflexiona, con quiénes se compara, cuál es su estructura sentimental y afectiva, hasta sus creencias. Se da un vínculo que dura el tiempo de trabajo y que luego puede continuar o no. Con algunos sigo en contacto. Por momentos, uno se transforma en un experto y termina sabiendo más del entrevistado que el entrevistado mismo. Cuando se trata de una persona famosa o una figura pública, generalmente se la pasan repitiendo las mismas anécdotas que los medios les piden una y otra vez y se quedan en ese discurso. En ese aspecto, un buen escritor fantasma tiene la obligación de pedirles que den siempre un poquito más.
¿Qué libertades creativas podés tomarte a través de la voz del otro?
JME: El costado lúdico de este trabajo es que uno se convierte de alguna manera en el ventrílocuo del asunto: uno es el otro por escrito. Entendés e incorporás qué es lo que puede llegar a decir, qué es lo que sonaría inverosímil viniendo de él o ella, qué palabra esa persona no diría nunca y cuáles sí. Cuando le encontrás el lado divertido al asunto, también podés hacer que el otro diga algo que vos querés comunicarle al mundo y lo traficás a través de sus palabras.
¿Te ofrecieron o sabés de alguien que haya escrito una novela como escritor fantasma?
JME: No tengo nada confirmado de primera mano. Es todo más un mito urbano que otra cosa. Es como cuando se descubrió el plagio de Jorge Bucay en el que encontraron más de 60 páginas que habían copiado y pegado de otro libro. Hay muchos que dicen fue “la venganza del ghostwriter”, pero es incomprobable. Por otra parte, también conozco gente que labura en equipos de investigación para publicaciones que salen bajo la autoría de algún periodista afamado y que, en realidad, ellos son quienes le dan forma y compaginan lo que el periodista les dice de antemano.
¿Qué es lo mejor y lo peor de este oficio?
JME: Lo mejor obviamente es escribir y poder vestir el texto con elementos de la ficción como descripciones, repeticiones, juegos de palabras o lo que sea que ayude a nuestro personaje a contar lo que quiere contar. Lo peor a veces es cuando el proceso se hace demasiado largo y uno tarda mucho en terminar y, sobre todo, en cobrar. Entrevistar y desgrabar siempre me gustó mucho. En la desgrabación es donde aparece la esencia de lo que el otro te quiere contar. Ahí es donde aparece su voz. Lo que hay que hacer después es amplificar y embellecer esa voz. Lo cierto es que sin materia prima ni anécdotas del entrevistado no tendríamos nada. Hay que transformarnos en expertos sobre el fantasmeado para sacarle algo nuevo. De eso también se trata nuestra tarea: entender el mundo del otro y explicarlo de la forma en la que el otro no lo puede hacer.
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