La magnitud de los feminicidios en México exige institucionalizar oficialmente y a nivel internacional un día para recordar a todas sus víctimas. Un día para llamar la atención del mundo en todos los niveles hasta lograr justicia, reparación y verdad para las víctimas. #3Noviembre #DiaDeMuertas #DiadeVíctimasDeFeminicidio
Hace unos días acudí a Zinacantepec, en el Estado de México, a presentar el libro #NiUnaMás. Hasta el lugar acudieron muchísimas mujeres a compartirme sus historias, pero hubo una que particularmente llamó mi atención.
Lizbeth Mendoza nació el 18 de octubre de 1998. Fue la primera hija de Juana, quien recuerda que “desde pequeña era feliz. Era una niña reservada, pero extremadamente cariñosa, siempre fue muy amorosa y tranquila, con la mirada te hacía sentir mucha calma”.En 2015 conoció a Rubén, y de inmediato le hizo saber a su mamá que estaba enamorada. A Juana no le gustaba que tuviera novio, pero le dio permiso para evitar que se estuviera escondiendo de ella. Sin embargo, recuerda Juana, la relación de Rubén y Liz no era muy buena: él solía ser muy controlador, celoso. Aún así, la madre de Liz recuerda el día que ella le avisó que se iría con él:
“Un día llegó y me dijo, ‘Mamá me voy a vivir con Rubén; él me ama y yo lo quiero mucho’. Se casaron por la iglesia de Rubén (cristiana). Desde el principio la relación no era buena. Él no trabajaba, vivían de un lado a otro, intentaban poner puestos de carnitas, de infinidad de cosas, pero nunca duraban. Él era muy problemático”. Juanita recuerda que cuando llegaba a preguntarle a Liz si todo estaba bien, ella solo respondía que sí, que Rubén la amaba.
Liz se convirtió en madre, pero las cosas con Rubén iban cada vez peor. Luego de algún tiempo, Liz empezaba a darse cuenta de que la violencia era excesiva, por lo que intentó infinidad de veces dejarlo. En esos momentos se convencía que no era lo mejor para su vida, pero Rubén y su familia, no dejaban que se fuera. Cada vez que peleaban la buscaba, la llamaba, y la llevaba de regreso.
“A veces creo que la religión esa que tienen le hizo mucho daño a mi niña. A mí me decía algunas cosas, pero con la que siempre hablaba era con su suegra, y parecía que por ratos la señora calmaba a Rubén”, recuerda Juana.
El 7 de julio de 2018, luego de un sinfín de intentos por dejar a Rubén, algo pasó:
“Ese día llegó la policía hasta la casa. Mi corazón dio un vuelco; sabía perfectamente que algo le había pasado a mi niña. La policía me comentó que fuera por mi nieto, de casi dos años, porque estaba llorando mucho, y mi hija no estaba. Al llegar vimos que la casa manchada de sangre. Pregunté por mí hija y ella se encontraba en la clínica a la que Rubén la había llevado. Cuando llegué me hicieron saber que él estaba argumentando que los habían asaltado, dando muchas versiones diferentes. Yo lo único que deseaba era abrazar a mi hija, saber que estaba bien, aunque en el fondo sabía que no era así”.
Rubén fue detenido inmediatamente, sospechoso del feminicidio de Liz, quien el pasado 18 de octubre habría cumplido veinte años. Está esperando a que sus padres lo saquen de la cárcel, argumentando que fue un asalto. Sin embargo, Juana sabe que no fue así, por lo que se mantiene vigilante para evitar que los padres de Rubén lo rescaten.
Juanita llegó a aquella reunión en Zinacantepec, deseosa de hablar con quien escribe, con la petición de ponerle nombre a su hija. El feminicidio de Liz tampoco fue registrado por la prensa, y eso le aterraba a Juana: “No quiero que mi Liz sea un número más en la larga lista de feminicidios en el Estado de México. Quiero justicia para mi hija, y para mi nieto, quien se ha quedado sin el calor de su mamá. Ya ni siquiera alcanzó a verlo cumplir dos años”.
Las tías de Liz lloran y abrazan a su hermana para tratar de darle esa fuerza que ocupa para seguir buscando justicia. La madre de Juana, y abuela de Liz, solloza cerca de la cocina: “La extraño, yo quiero a todos mis nietos y bisnietos, y me duele mucho lo que pasó con Liz. El año pasado le hicimos la bienvenida a su bebé aquí en esta casa, y hoy ella no está, ya no va a regresar. A veces solo los sueños nos dejan verla, toda vestida de blanco y pidiendo que no dejemos a su pequeño, pero sueños, solo nos queda eso”.
La reflexión sigue siendo la misma: volteemos a ayudar a aquellas mujeres que desconocen que pueden y deben denunciar a sus agresores. Evitemos que más mujeres se queden en la invisibilidad, suponiendo que callar es lo normal. Acerquémonos a ellas, porque estoy segura que, de hacerlo, iniciaremos con la cadena de información que puede salvar la vida de muchas mujeres en este país.
“Quiero justicia”, reitera Juana, “ayúdame Frida. Quiero que pague por lo que hizo, que pague cada golpe, cada lágrima, cada puñalada que le dio a mi hija. Porque Liz no se merecía lo que Rubén hizo sufrir a mi niña. Solo justicia, no quiero más nada”.
Eres madre, padre, hermana, hermano, hija, hijo de una mujer víctima de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio, búscame, ayúdame a visualizarlas y contar su historia. Voces de la Ausencia.
@FridaGuerrera
fridaguerrera@gmail.com
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