Artículo publicado por VICE Colombia.
Presentado por OCB
En pleno centro de Medellín, entre las calles de Ayacucho y Carabobo, en la zona de Guayaquil, se erige en medio del tráfico, los transeúntes que inundan las calles, los carritos de cervezas micheladas, mango biches y los puestos informales de ropa importada falsificada el Palacio Nacional, uno de los epicentros de venta de marcas deportivas en la ciudad. Su porte gótico y renacentista, construido a punta de madera, terminados en bronces y hierro forjado que se nota en todos sus cuatro pisos, sobresale del caos comercial que tiene justo debajo, un caos parecido al que el propio Palacio lleva adentro.
Construida por el mandato del presidente Pedro Nel Ospina luego de la I Guerra Mundial, la edificación empezó siendo el Palacio Nacional de Justicia, y perteneció a la nación hasta 1974, cuando la entidad se trasladó a un sector de la Alpujarra, con el objetivo de construir un nuevo centro administrativo departamental. Luego, en 1988, la construcción se convirtió en Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación. A pesar de eso el palacio estuvo abandonado hasta 1993, cuando adecuaron sus cuatro pisos para ser un centro comercial.
El choque visual es evidente. Los arcos forjados en madera con columnas jónicas y pintura color crema y café que componen los cuatro pisos del lugar y fueron antaño una entidad estatal, ahora contrastan con los locales inundados en tenis de marcas importadas, cachuchas planas con bordados en relieve, sudaderas de todos los colores y tallas, sacos y camisetas con marquillas expuestas a la salidas de cada local. El reguetón y la guaracha que sale de cada pequeño local se mezcla con el ruido que hacen los vendedores, que ofrecen su mercancía energéticamente, con avidez y disposición, cada vez que se acerca un cliente.
Camilo Gómez, uno de los vendedores del Palacio, asegura que en 1993 la edificación se volvió un centro comercial porque “un señor” hizo un negocio con la Alcaldía de Medellín. “Él no es el dueño del Palacio”, asegura Camilo, “sino que hizo con la Alcaldía lo que se conoce como prima”, es decir un contrato parecido al de un arriendo o un alquiler. “El muchacho empezó a vender primas a los comerciantes de los alrededores de esta zona de Guayaquil y no dejó perder lo que era el Palacio, que estaba muy abandonado”.
Camilo trabaja hace cuatro años en él como vendedor de productos Fox Racing, una marca asociada con el motocross, la bicicleta de montaña y demás deportes extremos. En el Palacio son distribuidores oficiales de la marca, es decir que venden productos originales. “Mi jefe tiene este local desde el año 95 y le ha cambiado varias veces las razones sociales”, explica. “Antes era una tienda de gafas y relojes, luego accesorios y consolas de videojuegos y ahora productos Fox”.
El local en el que trabaja Camilo es atípico dentro del Palacio, cuyos locales, en su mayoría, manejan réplicas de marcas deportivas reconocidas, un eufemismo para decir ropa pirata, o falsificada. “El Palacio es una combinación de réplicas importadas y nacionales”, explica Camilo cuando le pregunto por los productos falsificados. “Acá por ejemplo mucha gente compra las réplicas de camisetas en Bogotá y las traen, mientras que el calzado sobre todo viene de China”. Camilo hace un sondeo rápido y afirma que, más o menos, el 80% del calzado de los locales en el Palacio es Chino y el 20% es réplica nacional. No menciona un porcentaje de mercancía original.
Al recorrer el lugar, las réplicas se hacen evidentes a través de los precios, más que los diseños. Tenis de marca FILA, Nike y Adidas, cuestan en el Palacio la mitad y hasta un tercio de lo que costarían en una tienda oficial de la marca, a pesar de verse muy parecidos. Sin embargo hay ejemplares donde la réplica es un poco más evidente: bordados con acabados regulares, suelas con diseños diferentes a los originales e incluso materiales diferentes como el terciopelo o accesorios complementarios como cadenas colgando del zapato, elementos con los que el ingenio paisa le da rienda suelta a su creatividad. Camilo explica que se manejan diferentes tipos de réplicas, unas más fidedignas que otras: “la réplica AAA es bien parecida al modelo original”, explica, aclarando que también le dicen réplica 02, la que más abunda en el Palacio según él. “La réplica A es la más feíta y la 1:1 es la réplica más fiel”. Camilo asegura que las marcas más copiadas en el Palacio son Adidas y Nike, las marcas deportivas por excelencia, que en su momento fueron primordiales para una tendencia que ahora se conoce alrededor del mundo como el streetwear.
Traducido al español como “ropa de calle”, la tendencia se refiere a la producción y venta de ropa por parte de marcas deportivas, que con los años han desplazado la producción de sus productos netamente para hacer deporte, a varias líneas de moda que son usables a diario. Sacos, camisetas, gorras, tennis con diferentes diseños, maletas y hasta riñoneras hacen parte de este movimiento del vestir que empezó a finales de los años setenta entre la cultura surfera y skater de Los Ángeles.
Marcas como BlauGrun, Stüssy, Ocean Pacific fueron pioneras del streetwear, luego avanzando a marcas más propias del establecimiento como Adidas y Nike, cuya entrada en el mundo del streetwear coincidió con la explosión de la cultura hip hop. Esta última marca empezó a dominar el mercado de los tenis dentro de esta tendencia, con embajadores como Michael Jordan, Wu Tang Clan y Mobb Deep a finales de los años ochenta. Champion, Timberland, FILA, Kappa y Umbro, marcas más pequeñas pero muy reconocidas, tuvieron su época dorada durante la década siguiente, aunque en este momento están viviendo un resurgimiento gracias a la fuerza que está volviendo a tomar el movimiento streetwear en el mundo.
Quizá en el Palacio el término no sea tan conocido. Sin embargo, en algunas tiendas es visible ver réplicas de elementos primordiales del streetwear actual: los tenis clásicos blancos de FILA que ahora están tan de moda, la tradicional sudadera Adidas de las tres rayas en varios colores, gorras de bordados Nike muy parecidas a las originales, sacos marca Champion con estampados en donde deberían ir bordados detallados… No hace falta recorrerse todo el Palacio para notar que, a pesar de la cantidad de modelos, la variedad de productos es muy parecida entre sí: las réplicas no varían mucho de modelos al pasar de un local a otro. Camilo tiene una explicación para esto: “el Palacio funciona en pequeños monopolios”, afirma. “Acá en el Palacio la mayoría de dueños no tienen una tienda sino que tienen cinco, siete, diez. Y en todas vende la misma variedad de productos”. Para Camilo lo que puede variar es el porcentaje entre producto original y réplica, de resto nada más.
¿Que qué pasa con la DIAN? “Hoy mismo vino la Dian”, cuenta este vendedor. “Las visitas de la DIAN no las sabe nadie, ellos llegan cualquier día e incautan los productos, así como en San Victorino o San Andresito en Bogotá”. Ese mismo día, varios policías entraban y salían con bolsas negras gigantes llenas de productos falsificados, entre tenis, sacos y sudaderas. Sin embargo, no sucedió lo mismo en todas las tiendas. Camilo igualmente asegura que la DIAN es muy exigente con las incautaciones y no cree que se maneje plata por debajo de cuerda para recuperar los productos: “en los últimos años, cuando la DIAN se lleva una mercancía, se la lleva toda. Hoy vaciaron muchas tiendas”. Incluso menciona el caso de un vendedor que se llevaron a la cárcel el año pasado por estar “metiendo mucho contrabando”. Según Camilo, si la DIAN incauta más de 40 millones de pesos en contrabando, la persona detrás de la venta va a la cárcel.
Según el código penal colombiano, quien incurra en esta falta podría recibir hasta ocho años de cárcel, si la mercancía incautada supera los 156 millones de pesos. La pena podría aumentar hasta tres cuartas partes si la persona es reincidente, es decir, el condenado podría enfrentar hasta 14 años de prisión por contrabandear.
Según la DIAN, entre 2017 y marzo de 2018 se incautaron mercancías hasta por $421.357 millones. Las incautaciones de ropa llegaron a $11.214 millones.
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A pesar de la gravedad de las penas a la que se enfrentan los vendedores, y al aparente endurecimiento de la DIAN con las incautaciones en establecimientos comerciales, esto no ha detenido la fuerza con la que el Streetwear, su demanda y, por ende, su oferta, ha venido invadiendo al país. Sin embargo las modalidades de venta han ido mutando, quizá en un intento por evitarse lo menos posible con la ley, quizá por la evolución orgánica que tecnologías como las redes sociales le han traído a varios aspectos de la vida, incluida la venta de ropa. La Policía ha afirmado a varios medios que estos cambios van desde comprar cantidades más pequeñas de ropa, en vez de los contenedores que varios vendedores solían vender, hasta la venta de réplicas en portales de internet como Mercado Libre, en donde se consiguen varios productos falsificados, desde réplicas de celulares hasta los últimos tenis de la colección de Nike, pasando por decoraciones para el hogar que no son originales, o incluso papeles para liar tabaco y marihuana de marcas como OCB, que al parecer, según páginas de internet especializadas, están falsificando en China.
Pero cuando de virtualidad se trata, Instagram es en este momento la plataforma predilecta para la venta y compra de réplicas de Streetwear en Colombia. Páginas de Bogotá, Medellín y Cali, principalmente, utilizan esta red social como el motor de sus negocios, un espacio que les garantiza mayor seguridad tanto a vendedores como a compradores a la hora de comprar réplicas.
También hay vendedores que usan sus páginas de Instagram como un impulso a sus tiendas físicas, como es el caso de Sebastián, uno de los dueños de Da Block, una tienda de tenis de varias marcas que tiene una página virtual de 20.400 seguidores en Instagram, pero que a su vez tiene una tienda física en el Centro Comercial El Diamante, otro de los epicentros de la venta de ropa deportiva en Medellín.
Sin embargo, Sebastián desde el inicio aclara que Da Block solo vende productos originales. También afirma que han sido tiempos muy difíciles para la venta de Streetwear, al menos en Medellín. “Se supone que la cosa se puso así por el tema de elecciones, y la crisis no paró como hasta el último mes”, afirma Sebastián, quién espera que este diciembre la gente salga “como loca a comprar”, pues en este momento está vendiendo apenas la mitad de lo que solía vender.
Sebastián, de 30 años, lleva desde los 20 comercializando ropa. Al inicio fue un lote de 30 jeans de producción local, sin marca, algo que, luego entendió, era muy importante para el negocio: “por la marca la gente paga, así sea costoso”, dice. Después de vender gorras, accesorios y demás productos relacionados con el Streetwear y las marcas deportivas, Sebastián montó una tienda de venta de ropa de esta tendencia llamada ‘Apparel, que quebró el año pasado, aunque todavía tiene mercancía de este negocio pero no la está moviendo. Sebastián culpa a factores externos como la caída del dólar, pero también admite que “se le fueron las luces” con los pedidos. “El negocio se me apagó mucho con las marcas con las que venía trabajando”.
Paralelo a Apparel, Sebastián montó con unos socios Da Block en El Diamante, enfocándolo solo en calzado deportivo. Una pasada por la página de la tienda escupe varias marcas: FILA, Air Jordan, Puma, pero sobre todo Nike. “Las zapatillas Nike se venden solas”, afirma Sebastián, “los que son especializados en el tema sabemos que son las mejores”. Pero aparte de las más conocidas, Sebastián también intenta trabajar con marcas para un público más objetivo, más cercano al nicho del Streetwear. “Con algunas marcas es fácil llegar porque tienen una estructura comercial muy definida, con ganas de crecer y expandirse”, cuenta este vendedor, quien también explica que hay marcas que “cuidan mucho su nombre y no les interesa trabajar con cualquier tienda, ni expandirse a otras partes”. Sebastián nombra algunas de esas tiendas, como Stüssy o Supreme, uno de los máximos nombres del Streetwear a nivel mundial.
Da Block se enfrenta directamente, con precios mucho más altos, a su competencia directa: las réplicas. “A ver, hablemos del negocio”, me dice. “Hay gente que es muy grande y manejan todo el monopolio del centro de Medellín, y también algunos centros comerciales de la ciudad”. Sebastián cuenta que, a pesar de lograr precios mucho más económicos, estos vendedores hacen “maravillas” para lograr abaratar costos: desde comprar réplicas hasta traer zapatos originales sin cajas y maltratados en un barco desde Panamá, el país donde se generan la mayoría de las conexiones entre el mundo exterior del Streetwear y nuestro país. “Esos vendedores tienen un negocio diferente, lo que les importa es hacer plata, no tienen sentimiento ni nada”.
Como la economía ha estado dura, las réplicas han ganado aún más terreno, afirma Sebastián. “En general en el mercado de Medellín podría decirse que existe un 80% de réplicas y un 20% de productos originales en este momento”. Y este vendedor se defiende de sus precios alegando que las réplicas de los zapatos originales que él vende no tienen calidad: “los chinos lo que hacen es mirar lo que está pegando y sacan en varios colores el mismo modelo”. Colores que ni concuerdan con el modelo original, y materiales que tampoco concuerdan, como un par de tenis FILA exhibidos repetidas veces en El Palacio, hechos de terciopelo rosado y algunos con cadenas colgando. “Es muy triste porque el pobre se engaña”, se queja Sebastián. “Compramos algo de mala calidad y con eso pudimos haber comprado unos zapatos originales que iban a rendir tres o cuatro veces los que rinden esos que compraste”. Esos FILA, los Disruptor, son los que más le están pidiendo a Sebastián en este momento. Mientras en sitios como El Palacio o El Diamante se consiguen entre 100 y 120 mil pesos, DaBlock los vende a 360 o 380 mil. Sebastián incluso ya tiene el modelo que se va a poner de moda en un rato, los FILA Targa, que están costando 400 mil pesos.
A las marcas grandes también se les pide por “bultos”, como les llama Sebastián a los pedidos de mínimo 12 pares que hace a marcas reconocidas. Vienen en tallas repartidas y se demoran en llegar entre un mes y mes y medio. Estos ejemplares terminan en las manos de clientes de todos los estratos, según él. “El público se vuelve conocedor de las cosas, y cuando ven algo que conocen lo compran”. Inspirado en el movimiento del Streetwear, Sebastián quiere lanzar su propia marca, una que no obedezca a las clásicas cuatro temporadas que dictaminan las colecciones del año, sino que produzca una pequeña cantidad de productos exclusivos, 20 o 30 unidades por producto al año.
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Estoy en una sala de exhibición de ropa Streetwear, al norte de Bogotá. El pequeño showroom, cómo se conoce en el mundo de la moda este tipo de espacios, está construido en la sala de una casa, y consta de varios estantes para tenis y varios percheros organizados para sacos, sudaderas y camisetas. A pesar de ser pocas prendas, la variedad de las marcas y los diseños es impresionante: firmas como Loewe y Gucci, con diseños de las últimas colecciones que parecen originales, se mezclan con Supreme, Kappa, Fear of God, Off White y hasta Vetements, una marca francesa cada vez más determinante en el Streetwear que nunca había visto en Colombia.
Con los tenis pasaba igual: los famosos tenis Balenciaga triple SSS estaban al lado de los Air Jordan 1 Retro, uno de los diseños que nació de la celebrada colaboración entre Off White y Nike, una modalidad que cada día se hace popular entre las marcas de Streetwear, para unir fuerzas entre dos grandes nombres o para revivir alguna marca clásica de antaño. Estos tenis, que en internet están costando hasta 2000 dólares, en el showroom estaban por 400 mil pesos. “Yo no le ofrezco a la gente que está buscando economía”, afirma el vendedor de esta tienda, que prefiere permanecer anónimo, al igual que el nombre de su tienda, la cual se sostiene a través de Instagram. “El showroom tiene un filtro y es básicamente que tú seas una persona recomendada por alguien de confianza”, afirma.
Su página en Instagram, que ahora alcanza más de 30 mil seguidores, empezó hace cinco años como una visión de negocio que esta persona tuvo luego de vivir una temporada en Inglaterra. “Estando allá conocí más del Streetwear y luego de volver, estudiar y graduarme de diseño acá en Bogotá, decidí que no quería trabajar en una empresa porque acá te pagan lo que se les dé la gana”. Sin contactos, pero con la decisión firme de crear un proyecto de moda con un concepto detrás, este vendedor empezó a importar marcas de Streetwear, siempre con la intención de traer más calidad que cantidad, y de tener un stock pequeño pero novedoso. “Yo no puedo decir que alguien me ayudó porque no es cierto”, afirma. “La gente en este medio es muy cerrada, y si alguien me pide los contactos a mí, tampoco se los daría porque me han costado mucho, yo todo lo he sudado”.
Sin embargo, así le diera los número de sus proveedores a alguien, este vendedor sabe que no es tan fácil como hablarle a los contactos y hacerles un pedido. “El negocio va más allá: hay que crear una campaña, hay que hacer marketing, hay que saber exhibir el producto, hay que vender un estilo de vida… y eso no lo hace cualquiera”.
– “¿Y hay que tener también a algún contacto en aduana?” – le preguntó. El vendedor decide no responderme la pregunta.
Con cada vez más contactos y con el diferencial de su variedad, la tienda fue adentrándose en un círculo de artistas y celebridades de todo tipo. “Yo ya creé un círculo social donde mando internamente lo que va llegando y ellos me van pidiendo. Podría decirse que soy como su dealer de ropa”. En este momento Lalo Ebratt, el famoso cantante de la canción “Mocca”, se la pasa en el showroom, así como ha pasado en anteriores ocasiones como Nicolás Mayorca, Sebastián Yepes, futbolistas como Fabián Vargas, Carmelo Valencia y el Chicho Arango, que han visitado la pequeña tienda, o han hecho algún pedido. A pesar de eso, el vendedor sostiene que sus clientes son variados: “yo tengo compradores que son estudiantes y hasta tiendas que me compran para revender incluso en centro comerciales; aunque los que más me compran ahorita son las personas que tienen más poder adquisitivo, porque últimamente estoy vendiendo productos más exclusivos para gente más especializada”.
“Mucha gente se mete en el negocio por un tema de plata”, afirma este. “Y sí, es un negocio, pero yo me preocupo mucho por estar innovando, por ver lo que es tendencia aquí, en Europa y en Asia, que no es lo mismo. Hay muchas páginas que tratan de mover el stock, pero si tienen los mismos proveedores, vas a ver lo mismo en todas las páginas”.
Estos cinco años le han ayudado a este vendedor a dar con proveedores de la máxima confianza. No solo maneja contactos en Asia, Europa, Rusia y hasta Arabia sino que, según él ha viajado hasta las fábricas donde se producen piezas para Nike, Adidas, Reebok, Puma, Gucci, Jordan, entre otras, que quedan sobre todo en Asia y Europa. “Las fábricas las van rotando para evitar que se empiecen a vender los modelos por debajo de cuerda”, afirma el vendedor.
Este desmiente uno de los grandes mitos del Streetwear y las réplicas: “en verdad no existe eso de que haya una fábrica que haga pirata y otra que haga original”, asegura. “Las mismas fábricas originales son las que se encargan de sacar lo pirata, o hay otras fábricas que se especializan en comprar piezas originales, desarman la pieza, ven cómo está hecha y hacen una copia”. Según él, este es un proceso muy normal en la mayoría de marcas que imitan otros diseños a un precio más accesible, como es el caso de tiendas como H&M, Zara, Mango, etc. “Yo no te puedo decir si en las mismas fábricas guardan lotes para vender por debajo de cuerda porque no tengo permitido hablar del tema”, aclara el vendedor, “pero digamos que sí, que la gente de las fábricas tienen sus maneras de trabajar el tema”. Para él, muchos productos salen iguales a los originales, un hecho que cuestiona el concepto de lo que es original: ¿es original solo lo que la tienda permita que sea original? ¿Es acaso lo original un imaginario controlado por las grandes marcas de ropa, incluidas las de streetwear?
Para el vendedor la mejor calidad se encuentra en China. “Lo que pasa es que acá la gente acostumbra en traer lo más malo para ganar más plata, por eso nos hemos creado esa imagen de que todo lo chino es de mala calidad”, asegura. “Yo he ido a China y he visto la calidad con la que muchos hacen las cosas, y ya teniendo un vínculo más cercano con el proveedor te venden calidades brutales”.
Para poner a prueba lo dicho anteriormente, reviso los tejidos de algunos sacos y los detalles de varios tenis. Sin ser especialista, pensaría que lo que tengo en mis manos no es una réplica. Luego le pregunto al vendedor por un saco de Vetements, el de la Unión Europea, que está costando cerca de 500 euros. El vendedor me dice que sí, que lo puede conseguir, que llegaría en espacio de 15 días o antes y que me costaría 360 mil pesos.
Como en El Palacio, esta tienda también maneja sus categorías de réplica que, según el vendedor, son más especializadas y mucho más fidedignas que las de la mayoría de tiendas físicas o virtuales en el país: las piezas originales, que él también vende en las tiendas. Luego siguen las piezas UA, o Unauthorized Authentic, piezas que vienen de las mismas fábricas y que son iguales a las piezas originales, pero que no tienen el permiso de la marca para ser comercializadas. Según el vendedor, si no tiene este permiso, la pieza ya deja de ser original. “Luego siguen las 1:1, la réplica más cercana, y después la AAA, que tiene detalles que la diferencian de la 1:1”, explica. En su tienda, el vendedor comercializa piezas originales, UA, 1:1 y AAA.
La competencia directa de esta tienda son, en Colombia, las tiendas que se preocupan por el volumen, y a nivel internacional las reventas de productos originales, en donde un comprador obtiene varios ejemplares durante el lanzamiento de un par de tenis y los vende hasta por cuatro veces el precio. Marcas como Supreme están regulando estas reventas al lanzar productos.
“Ahí es cuando entramos las réplicas: la gente no va a pagar tres palos por unos tenis que puede conseguir a $600.000”, asegura. “Y yo creo que acá la gente ni compran las cosas porque valgan, sino porque es un tema de posicionamiento, de status y ya. Tú ves una camiseta Gucci que vale millón y medio, y yo te puedo mostrar la misma camiseta, de la misma fábrica a 150 mil pesos”. El vendedor asegura que mucha gente compra la de millón y medio por ese imaginario que nos han creado de lo que es original. “Mucha gente podrá hablar mierda de mi negocio, y decir que no sé nada. Pero yo hablo desde el punto de vista de una industria, no desde la visión de un fanático. Yo sé cómo se hacen y se venden las cosas”.
Y las cosas a las que se refiere este vendedor, en este caso ropa de Streetwear, no difieren mucho de cómo se hacen y se venden las réplicas de otros productos. Según la DIAN, gran parte de los productos de contrabando ingresan por las fronteras marítimas y terrestres. Asimismo, Ecuador, Perú, Venezuela y sobre todo Panamá son puntos claves para la red de distribución y venta de réplicas. Tan solo el año pasado, el país incautó el cargamento más grande de contrabando jamás decomisado: de China llegó hacia Buenaventura un cargamento con más de $21.000 millones en tenis y prendas de Streetwear a precios muy bajos para la época navideña. En su momento Guillermo Botero, el que era el presidente de la Federación Nacional de Comerciantes en ese entonces, reiteró lo que ya muchos saben: que sin el 19% de IVA, el contrabando se vendía como un negocio redondo.
Y no solo para los vendedores, sino para los compradores, en este caso los fanáticos del Streetwear que se están empezando a gestar en Colombia. Si la demanda es verse bien, con las marcas indicadas, y a precios módicos, la oferta en el país está respondiendo a eso, ya sea en tiendas o páginas, ya sea con originales y sobre todo réplicas.
Este artículo, que trata de poner evidencia las modalidades y las complejidades de la falsificación en el país, es patrocinado por OCB, la reconocida marca de papeles de liar que ha venido sufriendo el flagelo de la falsificación durante algunos años. Siendo para ellos el tema un poco más complejo, pues la calidad de sus rolling papers frente a las replicas es notable y es incluso más íntima, pues no es algo que usas, es algo que consumes, que fumas. En su acción por evitar la falsificación, OCB, al igual que ciertas marcas de streetwear que incluyen marquillas y etiquetas especiales, ha incorporado la tecnología Datamatrix, con unos QR codes en sus formatos OCB Premium 1 ¼ y OCB Premium Slim, que le permiten a sus usuarios reconocer los librillos originales importados legalmente de Francia. Así que más allá de ser cuentos chinos, la falsificación de papeles y otros múltiples productos es una realidad. En educarse y conocer aquello que se consume está la clave para que no le metan gato por liebre.
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Berta Emilia Cristancho https://ift.tt/2JfkzVf
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