Artículo publicado por VICE México .
En su última visita a Irlanda, durante una rueda de prensa desde el avión que lo llevaba de vuelta a Roma, el Papa Francisco recomendó la psiquiatría para cuando los padres se den cuenta de tendencias homosexuales en sus hijos desde la infancia. “Les diría, en primer lugar, que recen que no condenen, que dialoguen, entiendan, que den espacio al hijo o a la hija”, dijo el Papa. Además, insinuó que si la homosexualidad se manifiesta desde la infancia, “hay muchas cosas que hacer por medio de la psiquiatría”. Y terminó opinando que “otra cosa es cuando eso [la homoseuxalidad] se manifiesta después de los 20 años. Nunca diré que el silencio es un remedio. Ignorar a su hijo o hija con tendencias homosexuales es un defecto de paternidad o de maternidad”.
Sus palabras se viralizaron y, claramente, generaron una cantidad de desprecio notable. El Vaticano respondió retirando de la versión oficial la palabra psiquiatría, sin importar que las declaraciones del Papa fueron escuchadas y grabadas por varios reporteros dentro del avión. La versión del Vaticano fue que la quitaron "para no alterar el pensamiento del Papa", y defendieron al Papa diciendo que “cuando él [el Papa] se refiere a 'psiquiatría', está claro que quería dar un ejemplo sobre las diferentes opciones de lo que hay que hacer”.
La Iglesia Católica tiene una historia bastante conocida en contra de la comunidad LGBTQ+, pero muchísima gente pensó que esto iba a cambiar con el Papa Francisco, uno que para muchos era algo más liberal. Yo no soy católico; estudié toda mi vida en una escuela de ese estilo y eso fue más que suficiente para darme cuenta que mis creencias y valores están bastante alejadas de esa religión. Pero, ¿qué pasa con la comunidad LGBTQ+ que sí sigue al catolicismo? ¿Se sentirán excluidos? El Papa Francisco es el máximo líder y representante, así que sus comentarios tuvieron que llegar a sus oídos.
Platicamos con personas LGBTQ+ católicas sobre estos comentarios del Papa Francisco, cómo llevan su vida católica y más.
Nunca me han hecho sentir culpable sobre mi deseo sexual, he tenido suerte
Siempre digo que, antes que católico, soy cristiano. El Papa es el dirigente de la Iglesia: tiene que lidiar con los grupos de poder y las facciones (en su mayoría, conservadoras) que todo el tiempo están disputándose su control. No quiero aminorar la gravedad de los recientes escándalos de abuso sexual, pero las acusaciones directas en contra de Francisco vinieron desde dentro de la propia Iglesia. Esto se debe a sus declaraciones y a su actuar más abierto respecto a la doctrina tradicional del catolicismo. Su heterodoxia ha enfurecido a las élites. Francisco no solo es un buen orador: ha movido piezas relevantes dentro de las estructuras de gobierno del Estado Vaticano que tocaron fibras delicadas dentro de la curia romana. Lo que quiero decir es que entiendo que no siempre puede ofrecer su cariño y solidaridad con nuestra comunidad: es también un estratega político. Vive de la aprobación y del poder que le otorgan los suyos. Eso sí, tampoco es un revolucionario: un revolucionario dice la verdad sin miedo a las consecuencias. Jesús lo era. Estoy complemente seguro de que Jesús nos tendería la mano y nos daría un abrazo cariñoso. Él vino (como muchos otros profetas de distintas espiritualidades) a liberar con el amor, la verdad y la libertad. Siempre se puso del lado de los grupos excluidos, como las prostitutas, los pobres y los leprosos. Hoy estaría disputando nuestros derechos junto a nosotros.
No podemos hablar de la Iglesia Católica como un monolito ni como una caja negra. Es una organización social compleja, enorme y constituida por millones de personas. En la Iglesia Católica caben el Opus Dei y los Jesuitas; Maciel y Monseñor Romero; el retrógrada de Juan Pablo II y el Padre Solalinde. Para ser directos, los católicos que promueven el odio y el rechazo a otros grupos no son católicos, ni siquiera cristianos. Para mí son fariseos (hipócritas), como aquellos que vendieron y crucificaron a Jesús porque era incómodo para los poderosos de su tiempo. Los católicos que repudian a los gays, a las mujeres que abortan y que quieren normar toda la vida social según su moral no son católicos ni cristianos. Jesús no vino a normar: vino a liberar; y jamás rechazó a nadie por su condición, sino que acogió y arropó con amor a quienes más lo necesitaban. Yo creo en la Iglesia que acompaña a las personas históricamente excluidas: a los pobres, a los indígenas, a las trabajadoras sexuales, y, claro, a la comunidad LGBTQ+. Por ejemplo, en la Ciudad de México, los jesuitas organizan cada mes una misa por la diversidad. Yo estudié en una preparatoria jesuita, y el rector (sacerdote), defendió a dos chicas que eran novias frente a la oleada de padres de familia desquiciados y conservadores. La Ibero de la Ciudad de México impulsó hace poco una campaña a favor de la libertad de todas las personas para decidir a quién amar.
Pero sí hay que aclarar algo: no toda la Iglesia católica se acota y termina en mi experiencia personal. Hay personas de la comunidad LGBTQ+ que seguramente fueron obligadas a ir a “terapias de conversión” por consejo de un sacerdote o niñas violadas que fueron escarmentadas para no abortar porque es pecado. Por eso digo que la Iglesia es una amalgama contradictoria, enredosa y grandísima. Yo he tenido mucha suerte, por mis privilegios (los jesuitas son algo así como la vanguardia del pensamiento católico). Nunca me han hecho sentir culpable por mi deseo sexual ni por mis afectos. Pero soy la excepción de la regla. La Iglesia está repleta de gente podrida (como la política o el mundo, en general); pero también de personas generosas, amorosas y entregadas. Eso hace que valga la pena. O lo ha hecho, por lo menos en mi historia personal. El cristianismo es una filosofía que me ha guiado en mis episodios más confusos y tristes. Me ha dado herramientas prácticas para intentar hacer el bien siempre y entregarme para cuidar de mis hermanos. En mi mano llevo una pulsera que me regalaron los jesuitas que dice: "en todo amar y servir". En eso resumo mi pensamiento de vida. —David Flores.
¡Sin mujeres ni maricones, no hay revoluciones, sobre todo teológicas!
Ser católico y parte de la diversidad sexual es vivirse dentro una doble marginación. Por una parte eres rechazado por la comunidad de creyentes y por otra, eres rechazado por la comunidad LGBT, la cual sabemos tiene una herida con el tema religioso y no es para menos. Pero debemos entender que todos los procesos son diferentes y que existen personas que se empoderan a partir del pensamiento místico, religioso o espiritual.
Fundamental fue en mi proceso la lectura de las obras de Santa Teresa de Jesús. Me resonó mucho su ejemplo de mujer fuerte, sensual y espiritual en un momento tan contrario a la mujer como fue esa España del siglo XVI. Es por ella que decidí salir del clóset y empezar a “dar voces” sobre esa libertad que había experimentado. Es así como me integro a las campañas de Matrimonio Igualitario en mi ciudad y después, al ver la necesidad espiritual y las heridas religiosas de mis hermanos LGBTQ+, se creó el Colectivo Teresa de Cepeda y Ahumada, un espacio de reflexión y acompañamiento teológico feminista y queer.
Otro punto importante en el Colectivo es formar contemplativos, gente diversa orante. La oración, “trato de amistad” según Teresa, es un espacio de libertad, donde sin permiso de nadie podemos recrearnos en nuestro castillo interior con aquel que sabemos nos ama, es un espacio de autoconocimiento y de empatía con los demás. Por ello esta oración o espiritualidad no debe ser un acto autocomplaciente o un paliativo, ser espirituales de verdad es estar prestos al servicio, al estilo de Jesús. Es ejercer el profetismo adquirido en el bautismo, abriendo nuestros horizontes a otras luchas de marginalización, producidas por la globalización, la exclusión social y el capitalismo salvaje. Ser creyentes es luchar por borrar todo aquello que nos deshumaniza y no nos deja crear comunidad, para ser testigos y proclamar la radicalidad del Evangelio, para arrebatar el lugar teológico y espiritual que el patriarcado nos ha quitado en la comunidad eclesial. ¡Sin mujeres ni maricones, no hay revoluciones, sobre todo teológicas! —Miguel Aguilar.
Dejen de escudarse en un libro que hace chingos de años se escribió.
Hace tres años que salÍ del clóset con mi mamá, era con quien más me costaba trabajo. Mis hermanos, amigos y conocidos lo sabían desde años atrás. Pero crecer en una familia católica, donde siempre te dijeron que ser homosexual era del diablo, pecado y que te ibas a ir al infierno por tener esos "pensamientos", te hacen crecer con un chingo de dudas, de incertidumbre y de miedo. Desde los siete hasta los 18 estuve en escuelas católicas. La última fue la universidad, donde solo cursé un año porque me corrieron. Su razón: “actividades en contra de los valores de la institución”. A mis 18 años escribía en una revista local, tenía un blog y yo escribía abiertamente sobre mi sexualidad. Obviamente a la señora directora le asustó, le mandó a hablar a mis papás y me corrieron. Jamás hablé del tema con ellos.
Vas a misa, cumples con los sacramentos, te aprendes el credo, vas a las marchas del 12
de diciembre… Todo el tiempo te juzgas internamente, sabes que está mal que te guste tu
compañera, te reprimes de la peor manera; ahí conocí crecer una doble vida. Cuando le dije a mi mamá que era gay, respiró hondo, como sintiendo tranquilidad, una liberación cabrona. Me pidió dos cosas: que mi vida privada siguiera siendo privada y que nunca le dijera al abuelo. Mi abuelo, uno de los seres humanos que más quiero, repele la homosexualidad, ¿por qué chingados? Se supone que Dios dice que nos amemos y nos aceptemos.
Ahí fue donde entendí la doble moral de la Iglesia Católica. Son como los niños que les gusta hacer pero no les gusta que le hagan. Esa raza juzga cabrón para afuera pero, ¿dónde chingados quedan sus valores y que todos serán bienvenidos al reino de los cielos? La resistencia conservadora es demasiado fuerte. Un claro ejemplo es el Frente por la familia, este grupo de “familias” que marchan para defender el matrimonio conformado entre un hombre y una mujer, y la “familia natural”. Güey, ¿qué no tienen cosas mejores que hacer? o sea, ¿en qué les afecta lo que cada quien haga con su vida íntima y privada? ¿Neta somos tan importantes los gays en sus vidas? De verdad, no saben a cuánta gente han corrido de sus casas, han golpeado e insultado, su propia familia al salir del clóset por citar las famosas frases de ese tipo de instituciones.
¿Cuántos sacerdotes pederastas han existido? ¿Cuántos casos de homosexualidad existen dentro de su institución? ¿Cuanta lana han lavado en nombre de Dios? Dejen de escudarse en un libro que hace chingos de años se escribió, dejen de hablar en el nombre de Dios, dejen de creer que ustedes tienen la razón. Porque les juro que el daño interior es enorme, la presión social esta horrible y muchas causas de suicidio se resumen a las creencias de propios y extraños que nos dicen que lo que hacemos es pecado. —Carla Marín.
Hoy más que nunca soy católica, apostólica, romana y también homosexual
Desde niña he sido católica. Sin embargo a los 16 años descubrí que me gustan las chicas porque me enamoré de una que asistía a mi parroquia. En ese momento según lo que creí que me había inculcado la Iglesia, estaba aterrada y segura de que iría directamente al infierno sin ningún tipo de mediación, pero para mi sorpresa me encontré con lo contrario. Fueron sacerdotes los que más me ayudaron a aceptarme y a hacerme ver que formo parte del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, aún con mi orientación sexual. Me recordaron el amor de mi Dios, ese que no me condena, sino que me ama y sabe que esta es mi forma de amar y no un capricho humano.
Alguna vez un sacerdote me dijo “creer que Dios te condenará por ser homosexual es creer que Dios te creó para condenarte porque fue él quien te hizo así”, esas palabras aún me impactan y fue el paso que terminé de dar para investigar e informarme sobre la postura de mi Iglesia ante la homosexualidad, la real, no esa llena de rechazo que me pintaron.
Me encontré una Iglesia cuya doctrina contempla atenderme con amor sin enfocarse en mis gustos, que no me ve como abominación, tal como ha dicho el Papa Francisco. Pero también me encontré con que son pocos los fieles que se atreven a ahondar en esto y prefieren quedarse con esa idea errada y llena de prejuicios, esa idea lejana a la misericordia, la bondad y otras enseñanzas de la Iglesia.
No sé qué sería de mi si en mi proceso no hubiese contado con mi Iglesia, y no, no lo digo desde el fanatismo, lo digo luego de consultar e indagar exhaustivamente sobre el tema. Hoy me acepto porque gracias a esa Iglesia con una imagen tan desvirtuada en estos días pude ver que mi Dios me ama. Hoy entiendo la postura y las decisiones de la Iglesia sobre la homosexualidad y en ninguna me siento excluida o rechazada. Hoy más que nunca soy católica, apostólica, romana y también homosexual. —Yenifer Rivas.
¿Por qué sentirnos mal solo por una preferencia sexual diferente?
Voy a la Iglesia Católica desde que soy una niña, conozco los mandamientos y todo lo que menciona la Biblia y la Iglesia acerca de la comunidad LGBTQ+, en lo personal no lo tomo en cuenta. Dios nos ama por igual, ante sus ojos todos somos iguales y solo quiere nuestra felicidad, al final lo único que me me interesa es que Dios es testigo que soy feliz y en paz.
Acerca del Papa Francisco solo me quedaré con aquella declaración: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Así de simple, si tú como católico te sientes feliz visitando a la iglesia, haciendo oración y creyendo en él, ¿por qué sentirnos mal solo por una preferencia sexual diferente? Solo recordar que la fe, el amor y Dios no conoce de preferencias, color de piel, ni estabilidad económica. —Daniela Solano.
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