Páginas

viernes, 19 de octubre de 2018

¿Fue acaso mi barriga la que hizo que se desenamorara de mí?

Artículo publicado por VICE Colombia.


¿Fue acaso mi barriga la que hizo que ella se desenamorara de mi? ¿Fue quizás mi nariz falta de gracia la que hizo que él acentuara su duda sobre el amor que sentía?

¿Quizás la ausencia de pelo, cada vez más evidente, en esa parte de atrás de la cabeza fue la responsable de que ella dejara de verme con admiración? ¿Fueron mis dientes nunca bien alineados, mis caderas anchas, mis senos pequeñitos…?

Cuando el amor se va inesperadamente, cuando el otro renuncia a amarnos, cuando aquel o aquella con la que salíamos deja de llamar —justo cuando pensábamos que todo iba viento en popa—, es el cuerpo el primer lugar que inspeccionamos y que culpamos. Como si después de todo lo vivido y lo compartido, de lo entregado y lo recibido, a la final, solo nos redujéramos a la carne que nos tocó habitar.

En medio de la tragedia del duelo muchos con el corazón roto empiezan rutinas de yoga, pagan seis meses de gimnasio para anchar esa espalda y conseguir esa cuadratura mítica que haría que esa ella se sintiera más protegida, e inauguran una nueva dieta que junto a ella nunca decidieron llevar (o simplemente dejan de comer por la tuza, por lo que indefectiblemente se ponen más guapos). Ellas, por su parte, se cortan el pelo, muchas veces de formas radicales, la tuza también las adelgaza y se llenan de ropa nueva como si el clóset más lleno y la tarjeta más endeudada conjurara nuevas posibilidades románticas.

Esa pulsión por ponernos más bellos durante el dolor amoroso no es más que el reconocimiento tácito de que estamos convencidos de que con más atributos físicos tenemos más chance de conseguir o retener el amor. Pero… ¿los tenemos?

La misma duda inclemente sobre el cuerpo acecha cuando el amor se demora, cuando la soltería se prolonga. Conocí una vez una chica que atribuía su soltería a que sus manos eran muy pequeñas, eran, decía, manos como de niña y estaba segura de que eso era algo con lo que los hombres no podían lidiar. Yo misma he pensado que si hubiera nacido más alta hace rato habría podido encontrar el amor al resultarle más atractiva al tipo de hombre que a mi me gusta.

Pero, ¿de verdad me habrían amado más si hubiera sido más alta o mi amiga tendría una pareja en su vida si sus manos fueran, digamos, de un tamaño normal?

En la intimidad de nuestra tuza, así como en esos largos minutos —que solemos tener los solteros de profesión— parados frente al espejo del baño escrutando hasta el más mínimo defecto, puede que nos empeñemos en hacer responsable de nuestra desdicha a ese lugar del cuerpo, (cada uno sabe cuál es) en donde residen nuestras más profundas inseguridades. Sin embargo, la verdad es que para mí, ese ligamiento que hemos hecho siempre entre amor y belleza es, por decir lo menos, una trampa.

En el libro Las partículas elementales de Michelle Houellebecq, alguna vez leí un apartado que me pareció iluminador. El autor decía que, como todas las bellas, su hermosísima protagonista Anabelle estaba condenada desde muy joven por su belleza, porque, explicaba el autor, cuando una mujer es contundentemente hermosa solo “los chachos”, los malandros, los ligones de profesión que gozan de popularidad en la escuela se sienten dignos de acercársele, mientras los niños buenos y nobles la ven siempre inalcanzable. “Así que los seres más viles son los que suelen conseguir el tesoro de su virginidad, lo cual supone para ellas el primer grado de una irremediable derrota”.

Pero entonces, si las bonitas están, como dice el escritor francés, condenadas a sufrir en el amor por la naturaleza de su propia belleza; si como Hollywood nos lo ha confirmado una y otra vez, a los hombres con abdominales perfectos y melenas abundantes también los abandonan sus amantes y, si además, le sumamos que Tinder está lleno de solteras y solteros en busca del amor que están justo en su momento de más gracia y sex appeal —a juzgar por todas esas fotos tan ligeras de ropa—, entonces, ¿por qué diablos seguimos creyendo que la belleza, la perfección corporal, la erradicación sistemática de nuestros defectos nos hará más susceptibles de ser amados o menos propensos a ser abandonados?

¿Por qué diablos las tías y sus amigas en cada matrimonio y en cada Navidad se empeñan en decirle a la sobrina bonita y soltera la frase torturadora de cajón: “tu tan linda y sin novio”?

Acaso ¿si fuera fea sería más normal que no hubiera encontrado nadie que la amara?

La belleza nos hace más deseables, sí, eso seguro, pero, ¿es ser deseable una ruta rápida para el amor? Hay quienes dirían por experiencia propia que es más bien su propio verdugo.

Estar en condiciones físicas que se alineen con los arbitrarios discursos culturales de lo que es bello es posible que nos ayude a eliminar factores de riesgo. Es decir, puede ser que el amante se concentre más en nuestro interior y en lo que somos cuando afuera no haya nada que le haga mucho ruido. Sí, no se trata de decirnos mentiras. Yo sí recuerdo odiar la barriga salida de algunos de mis novios, verlos a lo lejos en la playa y pensar que ese no era el cuerpo con el que exactamente soñaba relacionarme. Veo también todo el tiempo a mis amigas inventar artimañas para lidiar en su interior con la inminente calvicie de sus maridos, pero en ninguno de los dos casos han sido exactamente esas las razones por las que los hemos dejado.

Pensar que las barrigas salidas, las cabezas sin pelo, los pelos excesivos en la espalda, las caderas gruesas, las pequeñeces, las delgadeces, las arrugas de los ojos, las manchas de los pómulos, las manos pequeñas y cualquier otro impensable y descabellado defecto son responsables de que el amor se vaya o de que no llegue es olvidar que este mundo igual está lleno de “gente bella y perfecta” sin amor. Pero es, sobre todo, olvidar que uno siempre resultará nuevamente bello para alguien que, como el amor anterior, decida ponerse las gafas del enamoramiento que tienen un súper poder: todo defecto suprimen.

Chica Polvo https://ift.tt/eA8V8J

No hay comentarios:

Publicar un comentario