Artículo publicado por VICE Colombia.
A finales del siglo XIX surgió en Inglaterra la Sociedad del Vestido Racional, empeñada en poner fin a la tiranía del corsé femenino y otras prendas que deformaban la figura natural y dificultaban el movimiento. La Sociedad se trataba de un grupo de aristócratas y élites intelectuales que estaban indignadas porque las mujeres debían usar más de siete kilos de ropa interior a diario (y eso era solo la mitad de lo que pesaban las prendas interiores 50 años atrás). Esta Sociedad, que hoy en día muchos llamarían “feminista”, seguro esperaba un futuro en el que los cuerpos femeninos fueran realmente libres de la opresión -física y simbólica- de sus prendas cotidianas.
¿Y qué creen ustedes que ha pasado?
Ya no hay torsos entallados con diseños en cartílagos de ballena, pero sí envueltos en fibras cargadas de aloe y algas marinas. No hay señoras victorianas sufriendo con juicio mientras sus doncellas les amarran el corsé para quitarles varios centímetros de cintura, pero sí hay selfies de Kardashians aprisionando sus órganos internos con fajas, presumiendo secretos de belleza que miles (sino millones) querrán imitar. De hecho, el detalle que nos interesa para contar esta historia es que esas fajas que aparecen forrando las carnes más famosas de Instagram fueron hechas en Colombia.
Pregúntenle a sus abuelas cómo se conseguía la “cinturita de avispa” y ellas les explicarán que en su época las jóvenes tallaban el torso en la parte más angosta con medias veladas anudadas o correas bien apretadas. Mientras tanto, crecía el desarrollo de tejidos elásticos y se perfeccionaba en nuestro país la confección de lencería y ropa interior. “Colombia tuvo un desarrollo textil importante y una cultura de la confección fuerte ligada al tema de la lencería”, me explica Lorenzo Velásquez, Director del Laboratorio de Investigación e Innovación de Inexmoda. “Antes de que las fajas fueran un tema de moda, ya en Colombia se fabricaban a menor escala. Eran para adelgazar y para las embarazadas. Se creía que las mujeres debían fajarse en el embarazo y después, para evitar las estrías”.
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El verdadero boom de las fajas en Colombia llegó con la consolidación de la cultura del narcotráfico en los años 80. En ese mundo, las mujeres eran piezas de exhibición, equivalentes a los carros y propiedades, algo para “engallar” al antojo del patrón. Ahí se dispararon las cirugías plásticas y, por ende, el negocio de las fajas.
De acuerdo con Felipe Coiffman, padre de la cirugía plástica nacional,en una nota de Kien&ke,“Los narcotraficantes han sido en cuanto a la cirugía estética una bendición porque se consiguen noviecitas que quieren operarse de esto y de lo otro. Por ejemplo, cuando pusieron preso a Pastor Perafán, uno de los grandes narcotraficantes que se llevaron para Estados Unidos, fue un perjuicio económico. Dejó de mandarme a sus ‘amiguitas’ para operarles los senos, la nariz, la barriguita o les inyectara grasa en las nalgas. Ellos fueron un empuje enorme”.
En el quirófano se ajustaba lo que la naturaleza no dio. Se lograban entonces tetas paradisíacas y curvas imposibles, una magia que solo surtía efecto si la paciente era juiciosa en la recuperación, envuelta en prendas ajustadas para mantenerlo todo en su lugar, al menos mientras sanaba. Al crecer la demanda, la cirugía cosmética en Colombia tuvo un importante crecimiento y, según Lorenzo, “ya no eran solo las colombianas operándose, venían de todo el mundo a practicarse procedimientos y esto convirtió a las fajas postquirúrgicas un artículo indispensable”. Incluso en la actualidad, nuestro país es un destino reconocido por la calidad de sus cirugías estéticas, por lo malo y por lo bueno.
Según un informe de la International Society of Aesthetic Plastic Surgery —ISAPS, por sus siglas en inglés— en 2016 se realizaron más de medio millón de intervenciones estéticas en el país, y Colombia quedó en el puesto 11 en el ranking mundial. Aproximadamente, un 18% de los pacientes eran de Estados Unidos, España y Canadá. Por otro lado, a finales de 2017 Medicina Legal reportó un aumento del 130% en muertes por cirugías estéticas en Colombia.
Y este negocio sigue impulsando el de los fajeros.
De pronto la Sociedad del Vestido Racional no estaría muy satisfecha de saber que superamos la deformación incómoda del cuerpo encorsetado para pasar a intervenciones corporales permanentes.
Esa estética que se impuso en Colombia a través de las cirugías ayudó a perfilar el desarrollo de la imagen femenina hasta el día de hoy: las curvas continúan dominando la moda popular en el país y se han convertido incluso en una estética de exportación. Vendemos fajas, levantacolas, y vestidos de baño gracias a esa fama que tiene la belleza colombiana.
La implantación de ese cuerpo aspiracional fue una oportunidad para que las colombianas afianzaran aún más su relación con las fajas. Lorenzo avanza con la historia: “los fajeros pronto se dieron cuenta de que cada mujer hacía un uso mínimo del producto. Una mujer no se hacía más de dos o tres cirugías cosméticas y quedaban en embarazo también solo un par de veces, entonces era un consumo muy limitado”.
Esto obligó al mercado a crear nuevos pretextos de uso cotidiano que incrementaran la frecuencia de la venta. “Tenían que ser fajas suficientemente interesantes en tecnología y estéticamente funcionales para el día a día”, agrega. Ahí surgió el concepto de ‘prendas de control’: productos que liman la barriga, levantan la cola, disimulan la celulitis, corrigen la postura y levantan el busto. Incluso se puede elegir el nivel de ajuste: bajo para quienes apenas comienzan a llevarlas y medio y alto para las usuarias constantes. Además estas prendas no pesan 7 kilos ni incorporan cartílago de ballena.
Las consumidoras de este nuevo tipo de productos de uso diario distan de la caricatura narco de nuestras novelas remasticadas. La voluptuosidad y sensualidad manifiesta sí dominan el imaginario nacional, pero son las clientas las que deciden cuánto ajustar la cintura o levantar la cola, y sobre todo, a quién mostrarle ese cuerpo restringido que existe debajo de la faja.
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Daniela Vergaño, de la empresa Fajas MyD, afirma que esta empresa antioqueña crea piezas discretas y prácticas que definen el cuerpo y pasan desapercibidas bajo la ropa para empoderar mujeres cada día. Incluso cuentan con un portafolio Plus-size. "Hoy en día las prendas de control también permiten que mujeres de tallas grandes accedan a cualquier diseño que quieran utilizar, moldeando su figura, luciendo las curvas totalmente definidas sin ocultar la belleza y haciéndolas sentir mucho más seguras. Este creo que ha sido uno de los papeles más importantes de las fajas en la moda: permitir que cualquier mujer pueda vestir su figura como así lo quiera".
Fajas MyD produce y exporta fajas cortas, largas, cinturillas, brasieres, shorts, chalecos, y hasta fajas masculinas, todo en una planta de Medellín y avalado con registro INVIMA. La planta queda ubicada en el sector industrial de La Aguacatala: el 98% de su personal está constituido por mujeres que deben presentarse en delantal de laboratorio (como en los talleres de alta costura de París), con mallas cubriendo el pelo y las uñas sin pintar.
Atribuyen parte de su éxito a la experiencia de la industria textil colombiana —la industria Textil y Confección representa el 2,5% del PIB de Antioquia y aporta 5,4% del empleo en Medellín—, que permite tener una mano de obra calificada y un buen conocimiento de los insumos. La fórmula no es exclusiva de esta empresa paisa: somos el primer exportador de fajas en América y el tercero en el mundo.
Lorenzo Velásquez lo explica: “El tema con la fabricación es que son telas muy disímiles las unas de las otras. El proceso de ensamblaje es costoso por los minutos que se tardan haciendo cada cosa”.
Mejor dicho: no es simplemente que un país pueda entrar a este negocio y alcanzar este nivel de ingenio; nuestro legado textilero tiene todo que ver en la reputación del producto nacional. Volviendo a las Kardashian, en 2016 una de ellas hizo alarde en Instagram de su faja de látex, un producto hecho en Colombia que disparó las ventas apenas salió la foto.
No es por decir que las norteamericanas estuvieran descubriendo el producto apenas, pero para los fajeros nacionales era un hito publicitario y una prueba más del éxito de su producto. Estados Unidos es actualmente el mayor comprador de fajas colombianas: según un reporte de Procolombia, en mayo se lograron US$11,2 millones en exportaciones en los primeros 5 meses de 2018. “Las fajas colombianas tienen alta penetración en el mercado de Estados Unidos por el estereotipo de la mujer latina con curvas, relevante con nichos como el afroamericano y el hispano”, indica Velásquez.
Algunas empresas nacionales incluso fabrican diseños exclusivos para este público, revisando sus tendencias de consumo particulares. Y no solo se consiente a la compradora estadounidense, nuestras fajas también participan en el mercado árabe y se han diseñado empaques más discretos especialmente para que las mujeres en estos países (con tantas restricciones culturales) puedan entrar el producto sin líos en aduana.
La marca país es un diferencial clave, porque el mundo reconoce el valor agregado de las “fajas colombianas”. En entrevista con Velásquez, el investigador reveló que en China están copiando las etiquetas con la bandera de Colombia e incluso los nombres de los productos, con la intención de pegarse del éxito de la exportación nacional.
Sin embargo, la competencia tiene que ir mucho más allá para alcanzar el nivel de innovación al que le apuntan nuestros fajeros. A través de la técnica de microencapsulado, se recubren las fibras que entran en contacto con la piel con componentes como Aloe Vera o Vitamina E que la humectan y hasta previenen la celulitis.
El mercado deportivo también ha sido una oportunidad para desarrollar prendas de control que se usan en el gimnasio y llevan agentes antibacteriales en sus acabados para prevenir el mal olor del sudor y disminuir la cantidad de lavadas. En los últimos años, han aparecido vestidos de baño con tecnología de control y hasta jeans con fajas ocultas bajo la pretina, para la compresión del abdomen bajo.
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Hay diferencias físicas bastante obvias entre el corsé y las prendas de control contemporáneas. Pero el tema de fondo es, si creando más dispositivos para reformar los cuerpos de las mujeres, seguimos apoyando un discurso limitante para su identidad. La consumidora ve en su faja un recurso cotidiano para realzar sus atributos, como el maquillaje o los tacones: son simulaciones de un cuerpo idealizado para la representación social. Tarde o temprano hay que llegar a la casa, desmaquillarse y desenfundar el cuerpo para revelarlo en su piel, talla, y silueta verdadera.
Los opositores del corsé llamaban esclavitud a lo que vivían las mujeres victorianas con sus protocolos estéticos y en realidad hoy también se señala a las mujeres que utilizan con demasiado entusiasmo los artificios disponibles para redefinir su anatomía antes de salir de la casa por la mañana. El dilema sobre el efecto cultural de las fajas desde el concepto del “empoderamiento femenino” es hasta qué punto su uso para transformar la apariencia es un sometimiento a presiones estéticas arcaicas, o simplemente se trata de mujeres haciendo lo que les provoca con sus cuerpos para disfrutarlos. Pensaría que los fajeros en Colombia le apuntan a lo segundo. Lo de ellos sí es oprimir, pero son las clientas las que deciden qué tanto.
Diana Lunareja https://ift.tt/eA8V8J
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