Artículo publicado por VICE Colombia.
La columna de hoy la iba a escribir sobre cómo lo mejor de este 2018 había sido, para muchas, el feminismo. Cómo fue que a muchas nos salvó: del dolor, del abuso, de la muerte, del hastío. Cómo salvamos a otras mujeres a través de él.
En fin. De cómo este año muchas nos dimos cuenta, amigas. Y cómo tenemos que seguir dándonos cuenta este 2019.
Pero decidí no hablar de eso hoy. El tema cambió súbitamente apenas entrada la mañana.
Ayer, otra mujer hizo una denuncia a través de Instagram, sobre un exnovio con el que duró cerca de dos años y que fue, presuntamente, abusivo con ella. La mujer, que pertenece a un colectivo feminista muy joven llamado "La Espantosa", hizo varias historias a través de esta red social contando cómo este hombre no la dejó en paz incluso después de que ella lo bloqueara virtualmente, y le pidiera que no la buscara más. En las historias también se ven pedazos de conversación en los que él la trata de "perra hijueputa", y le decía que le había gustado "verla lastimada".
Vi las historias a través del colectivo y luego a través del perfil de la mujer de la denuncia que, hasta hace unas horas, era público. En sus historias también ponía el perfil del presunto abusador. Me metí al perfil y vi cómo el tipo, en sus propias historias, empezaba a compartir una tanda de amenazas de muerte que estaban llegando, todas en su contra, y cómo se burlaba un poco de toda la situación: "ah, y aprovechando el mierdero vean el link en mi bio", puso en una historia.
Indignada, como tantas, y luego de preguntarle a una persona sobre si esta relación había sido verdadera, decidí replicar las historias de la denunciante en mi propio perfil. Poco a poco empecé a ver cómo muchas mujeres de mi Instagram estaban haciendo lo mismo. Y no solo esto, sino cómo empezaban a sumarse nuevas denuncias sobre este joven, que al parecer maltrató a muchas mujeres y a muchos hombres también.
Toda la tarde estuve pendiente de ambos perfiles, el de la mujer y el hombre. En sus historias, la denunciante replicaba, sin parar, denuncias ajenas que le iban llegando a través de mensajes en Instagram, sobre la agresividad y los malos tratos que al parecer esta persona había tenido con muchas mujeres y algunos hombres; por su lado, el denunciado acusaba a su expareja de no mostrar la información completa en sus redes y señalaba que lo estaban amenazando de muerte a él y a su familia.
Las amenazas de muerte que subió eran cada vez más violentas: "yo sé dónde vive este hijueputa, ¿quién se une para caerle un ratico?", "lo que te hace falta es que violen a tu hermana a ver lo que sientes, perro" o "en las calles nos vemos, esto no se perdona". Luego de subirlas, tanto el colectivo como la denunciante, subieron otra historia pidiéndole a la gente que no siguieran con las amenazas, pues la idea no era ser violentas con los violentos y que, aparte, las amenazas no le ayudaban a la denunciante con su proceso legal.
Santiago se llamaba el presunto agresor. Santiago Melo. Tenía 21 años. Hablo en pasado porque anoche Santiago tomó la decisión de suicidarse.
Lo primero que pude sentir, como alguien que replicó la denuncia de la mujer, fue culpa, o algo parecido a eso. Me sentí parte de la turba de ayer. Fueron varios minutos de shock cuando supe. ¿Qué llevó a esta persona tan joven a tomar la decisión de quitarse la vida? ¿Fueron las amenazas de muerte? ¿Fue el escarnio público que se esparció como pólvora en el cielo a través de las historias de Instagram de muchas mujeres y hombres? ¿O fue por la situación con su exnovia?
A la culpa le siguió el dolor, al dolor la duda, y a la duda la cabeza fría. Ahí me he mantenido. Ahí me he tratado de mantener.
Hay mucho para analizar después de todo lo sucedido ayer y hoy. Podemos empezar afirmando, con seguridad, que el suicidio de Santiago estuvo relacionado con las denuncias y las amenazas de ayer, o que al menos estos hechos terminaron de desencadenar algo que quizá él ya había pensado de alguna manera.
Santiago tenía un canal de Youtube, en donde se llamaba Harry la Bestia. Allí subía las canciones de trap que estaba produciendo. En "Quédate", una de las canciones que subió, por ejemplo, Santiago cantaba "estoy cansado de sentirme mal / no quiero estar acá mucho más tiempo", "no puedo más / esta mierda me va a matar (...) / no quiero sentir este vacío tan hijueputa / voy a comprarme un guayo / y voy a pegarme un tiro en la nuca", o también "debería amarrarte y guardarte en mi clóset / para que no te vayas otra vez", "todo es por amor / así vaya a la cárcel 20 años por un delito mayor". Ahí, en esa misma canción, a través de los comentarios, fue que se esparció la noticia de su muerte.
Teniendo esto claro, es necesario que pasemos a hablar del escrache. Este es un término que nació en Argentina en la década de los 90, y se refería a cuando un grupo de activistas denunciaba con modalidades de acción directa (es decir, en sitios públicos, en la opinión pública o en medios) la impunidad de varios criminales pertenecientes a las fuerzas militares de la dictadura. El término, también utilizado en Paraguay, Uruguay y Venezuela, se está utilizando más recientemente en esta nueva ola feminista, sobre todo en Latinoamérica, cuando denunciamos a un hombre acosador, abusador, violador, violento o feminicida ante la gente: bien sea en espacios público, como antaño, o en las redes sociales, la palestra pública del siglo XXI.
Harto se ha discutido sobre las mujeres que deciden escrachar a los hombres en las redes sociales. Por un lado, son mujeres que están propensas a revictimizarse luego de sobrevivir a los hechos, pues son mujeres que se exponen a un montón de audiencia y opiniones, convirtiéndose en figuras públicas virtuales sin haberlo pedido. Muchas no están preparadas para esto.
Sin embargo, muchas mujeres deciden hacer este tipo de denuncia porque las instancias judiciales no nos están dejando otra opción. Según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal, por ejemplo, de cada diez mujeres asesinadas en Colombia durante 2016, al menos una había presentado previamente una denuncia por violencia intrafamiliar. Es decir, una de cada diez mujeres muertas ese año intentó salvar su vida y los entes judiciales o se demoraron, o no le creyeron, o no le prestaron atención a su denuncia. Sin ir más lejos, este año algunos medios denunciaron la inacción de la Fiscalía frente al caso de una mujer caleña de 60 años que estuvo denunciando en este ente por 10 (¡DIEZ!) años a su marido por maltrato físico y verbal, interponiendo varias denuncias sin que estas prosperaran.
¿Qué más puede hacer esta mujer, sino empezar a considerar otros mecanismos de denuncia que prometen más efectividad?
Porque la garantía que nos da el escrache es el escarnio público: delatar a nuestro violentador ante muchos ojos, para señalarlo, para marcarlo como abusador. Así esperamos que algo mejore, así esperamos que no se repita, así esperamos que algo aprenda de todo esto esa persona. Pero nuestras ganas de escarnio público se mezclan fácilmente con la violencia, y la sed de venganza. Y obviamente, si eres una mujer a la que violaron, a la que golpearon, es natural querer vengarse del violador, del violento. Pero acá es donde la delgada línea tiene que marcarse y respetarse.
Bien lo dijeron tanto Rita Segato como Diana Maffia en diferentes entrevistas. La una es antropóloga y la otra filósofa: ambas feministas muy famosas. Diana Maffia aclaró en su entrevista con La Nación que "el feminismo no puede ser la contracara del machismo. La aspiración del feminismo no es pasar de dominadas a dominantes". Segato, por su parte, se refirió en su entrevista con Página 12 a estos 'linchamientos' en redes sociales, pues, para ella, ayudan a construir lo que denomina un 'feminismo del enemigo': "el feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos 'naturales'", afirmó en la entrevista la antropóloga, quien también recordó una frase que le dijeron en El Salvador: "que la mujer del futuro, no sea el hombre que estamos dejando atrás".
A esto mismo se refería el colectivo de La Espantosa cuando subieron en una historia que la idea no era "derrocar un sistema opresor para instaurar otro", mientras la gente (hombres y mujeres) continuaban enviando amenazas de muerte al perfil de Santiago. Acá es donde debemos hacer la enorme distinción, que a mi parecer cambia el panorama completamente: una cosa es el escrache, la denuncia pública. Otra cosa es instigar y amenazar de muerte a una persona, responderle con violencia a los violentos. Es ahí cuando, siguiendo las palabras de Maffia, empezamos a volvernos dominantes, o cuando generamos un feminismo del 'enemigo', como diría Segato, un feminismo paramilitar, como lo llamaría yo (¿por qué todas las cosas en este país son susceptibles de volverse eso?).
Son dos cosas muy diferentes.
Hay quienes dicen que Santiago pudo haber puesto su perfil privado. Que pudo haber bloqueado esos mensajes. Que por qué entonces se estaba burlando de las amenazas de muerte que estaba recibiendo a través de su Instagram. Hay quienes dicen que acá en Colombia una amenaza de muerte virtual es casi el equivalente a un saludo. Pero nada de esto, absolutamente nada, justifica que la muerte de este joven no nos haga repensarnos y revisarnos como sociedad. No solo como mujeres feministas sino como sociedad en general: ¿qué está mal con nosotras y nosotros, que apenas olisqueamos una denuncia corremos como una jauría de perros hambrientos a perseguir y amenazar al presunto implicado?
¿Responder con violencia a la violencia es acaso la única respuesta que tenemos para todo en este país?
Sin embargo, la zona gris permanece: estos intentos de análisis no han esclarecido nada porque el asunto sigue siendo muy complejo. No es tan fácil como caer en el "sin violencia", tan propio del fajardismo y de algunos estudiantes durante las marchas y del centro colombiano en general, tan bueno para nada. Porque la violencia, como la energía, siempre va a estar. Es algo que no se puede negar. La violencia del abusador que cogió del pelo a una mujer y la arrastró por el piso; la violencia de un violador que forzó a una niña a tener sexo con él hasta matarla; la violencia en las palabras de ese hombre que nos quiso ofender con todas sus fuerzas y lo logró… ¿Cómo combatimos esa violencia tan estructural y tan permeada en nuestra sociedad, sobre todo si los conductos regulares primarios, es decir la justicia de este país, nos fallan una y otra vez? ¿No nos va a quedar otra salida que combatir este fuego con más fuego?
¿Es acaso la muerte de Santiago una consecuencia de toda esta problemática que poco a poco se ha ido convirtiendo en una bola de nieve imparable?
Los más ácidos dirían que la tragedia de Santiago fue la del macho (entiéndase por macho la cultura machista dentro de cada uno de nosotros) enfrentándose a sus propios actos y a su propia culpa, experimentando por primera vez esa violencia que llevaba dentro, en contra suya. Un macho que al sentirla, toda de frente, decidió suicidarse. Su muerte, sin embargo, no borra sus actos violentos, denunciados por tantos entre ayer y hoy. Y probablemente muchas de nosotras sienten culpa, o se sienten raras como yo, porque hicimos parte de la turba de la denuncia. Pero no debemos sentirnos así, porque la denuncia tiene que seguir pasando, las mujeres tenemos que seguir señalando a quienes nos violentan.
Es ahí donde está la verdadera zona gris: ¿cuál es la mejor forma de denunciar en los espacios públicos, físicos y virtuales, a estos abusadores? ¿Dónde se dibujan las líneas delgadas que debemos reteñir en estas situaciones? ¿Qué pudimos haber hecho mejor, aparte de comprobar que los casos si son verídicos? Las respuestas no las tengo aún. Pero siento que debemos empezar a debatir para construirlas. Es necesario y urgente. Solo sé que a un lado hay una mujer dolida y muchas respaldándola con situaciones parecidas, y al otro lado hay un hombre muerto, con una familia y unos amigos consumidos en el dolor de su pérdida. Mis condolencias para ellos.
Hoy estoy triste. Pero sigo pensando que el feminismo es lo mejor que me pasó este 2018. Un feliz año para todas.
Nathalia Guerrero Duque https://ift.tt/eA8V8J
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