Artículo publicado por VICE Colombia.
—Aló, buenas tardes. Metrópolis Cali Club... ¿En qué le puedo servir?
—Buenas… ¿Cuál es el servicio de hoy?
—Tenemos servicio hasta las 10:00 de la noche e incluye toalla y show de striper a las 6:00 de la tarde. Cuesta $15.000, papi…
—G-r-a-c-i-as.
Esa fue la primera llamada que hice a Metrópolis Cali Club, un sitio en el que los hombres gays y “no gay” de la capital del Valle van a pasar un día agradable en busca de unos cuantos tragos acompañados de música de Rocio Durcal, Luis Miguel y baladas de los 80. Y también cigarrillos y sexo con desconocidos.
Me atreví a llamar a este sitio después de que amigos de mi círculo me hablaran de todo lo que podría verse en este lugar: escenas de porno en vivo, hombres masturbándose viendo sexo en vivo o en diferido, una barra de bar de mala muerte donde los trabajadores —todos gays— les dicen papi a todos sus clientes casi que obligados para hacerlos sentir como en casa, entre otras.
Después de colgar el teléfono me pudo más la intriga, la curiosidad y hasta la arrechera por conocer eso que me habían dicho. El sitio queda en el norte de Cali, cerca a la estación del MÍO de Versalles. Al llegar, esperaba encontrarme con un letrero grande que dijera "Metrópolis Cali Club", pero no fue así. El lugar queda en medio de un instituto y frente a un Dollar City, casi que llegando a un semáforo. "Por esto y por la frecuente presencia de estudiantes, el sitio no tiene nombre", dijo uno de los trabajadores.
En el pasado, en otra época, el lugar llegó a ser una gran casa con garaje. Desde afuera parecía un inmueble más de los varios que hay en esa cuadra: un consultorio, un negocio de implementación quirúrgica. Pero al pasar la puerta, la cosa cambia.
Una ante sala con muebles finamente tapizados, una mesa de vidrio que llama la atención por sus acabados, un espejo de medio cuerpo y cuadros de divas reciben a quien llega. Además, en la mitad, está una mesa en la que el trabajador de turno recibe al joven o señor que llega, y dice:
—Buen día, papi. Tenemos servicio hasta las 10:00 de la noche y show de striper a las 6:00 de la tarde. El servicio es con toalla. Son $15.000, papi— tal y como me dijo, mecanizado casi, el trabajador que me recibió ese día.
Mientras sacaba mi billetera para pagar, apareció otro trabajador y me preguntó: "¿qué número de chanclas, papi?". "Cuarenta y dos", respondí entre los dientes, intimidado. Al pagarle al primer trabajador, este me entregó una manilla con el número de casillero donde debía guardar mis pertenencias, incluso los bóxer, para quedar cubierto apenas por una mini toalla. La manilla la deben usar los clientes en todo momento para cuando necesiten abrir sus casilleros.
Seguí hacia una puerta en la que estaban todos los casilleros dispuestos frente a unas bancas en las que cada persona se sentaba a despojarse de sus vestiduras para quedar a cuero pelao. Me correspondió el número ocho. Intimidado, seguí, me senté, y procedí a quitarme los zapatos. Alguien me miró. Levanté la cabeza y al voltear a la izquierda me di cuenta de que esa mirada correspondía a un hombre de unos 60 años, de tez blanca, con una barriga pronunciada llena de pelos crespos, que con una mano se frotaba su pene erecto de no más de 15 centímetros y con la otra se tocaba las tetillas.
El hombre me miró con deseo, moviendo la cabeza a manera de breve insinuación a compartir el momento. Bajé la cabeza, seguí quitándome la ropa, cerré el casillero, me tapé el pene con una mini toalla y caminé por el sitio. Es decir: no hice caso al movimiento de cabeza ni a lo que este significaba.
En el patio, la cosa no era muy diferente: había un jacuzzi en el que hombres barrigones tomaban cerveza, fumaban cigarrillo y hablaban de los "pollos", como les dicen ellos a los jóvenes que íbamos entrando al lugar. En el baño turco, que desde afuera se veía que estaba a más de 30 grados, había una ducha, y varios hombres desnudos sentados sudando como pollos en asadero.
Otros, en una esquina oscura, protagonizaban una escena de película porno gay: un joven estaba de pie con su pene erecto y lo rodeaban unos señores que se turnan para chupárselo. Uno de ellos trataba de darle un beso, pero el joven, de unos 25 años, se rehusaba; otro de los señores le tocaba el culo y le susurraba al odio que se la quería meter, cosa que el joven también rechazó.
Yo solo observaba todo impactado, asombrado, arrecho. Esto último se me notaba porque la mini toalla empezó ceder frente a la fuerza de mi erección. Mientras fijaba mi concentración en esta escena de porno en vivo sentí que una mano me tocó la entrepierna tratando de tocar mi pene. Me asusté, me paralicé, y reaccioné quitándome de encima la mano de un señor de unos 40 años, barbado y acuerpado, que trataba de invitarme al placer.
***
Metrópolis Cali Club es uno de los sitios para tener sexo con desconocidos más concurrido de la ciudad. Según Jesús, dueño del lugar, o "Chuchito", como lo conocen, este lugar surgió "después de que yo trabajara por muchos años en otro sauna. Ahí yo hice oficios varios: desinfección de las zonas, fui cajero y trabajé en el bar. Un día me surgió la idea de que quería montar un sitio como estos", dice.
Jesús se dio cuenta de que un espacio como estos era rentable. Metrópolis lleva más de 14 años, y aunque no tiene distinción de edad, su dueño afirma que hay una población que nunca falla en este lugar: "aquí no nos reservamos el derecho de admisión. Sin embargo, llegan muchos señores que en la ciudad tienen mucho renombre, fiscales, gerentes, pero acá llegan con otros nombres y por eso nos cuidamos mucho como empresa para garantizar que haya algo de privacidad", sostiene.
***
Salí del turco y subí al segundo piso, en donde había una sala de televisión y el bar, adornado por una pista de baile con bola plateada en el centro. Allí, los clientes bailaban. Los fines de semana, me vine a enterar después, había show de striper, de sexo en vivo y de chicas trans que imitan a Rocío Durcal o alguna diva de ese tipo de música.
Seguí mi recorrido hacia el tercer piso, en donde había unos estrechos cuartos con luces rojas que no tenían nada más que una colchoneta y un dispensador de papel higiénico. El espacio era para quienes querían tener más privacidad. Al continuar caminando, uno se topaba con un mini laberinto de escasos rayos de luz, en donde había varios hombres masturbándose. A uno lo estaban penetrando. Seguí mi camino, pero en ese momento me tocó un joven apuesto, de ojos claros, barba perfilada y cuerpo marcado. Yo le correspondí la mirada y pensé en detenerme, pero la pena, sumada al asco de tantos hombre y fluidos, me impidieron quedarme ahí con él.
En el mismo piso había otra sala de televisión en la que proyectan películas porno. Ahí también había un cuarto para tener sexo. Abrí la puerta y al caminar dos pasos encontré a dos hombres de unos 50 años viendo porno y masturbándose: pararon apenas me vieron. Me vieron con ganas de comerme.
Al salir de esta sala me encontré de nuevo con el joven apuesto. Con los ojos le dije que fuéramos a uno de los cuartos. No hubo cruce de palabras, solo gestos. Yo estaba completamente arrecho. Caminamos. Entramos. Cerramos la puerta.
El hombre me llevó hasta la pared, me dio un beso, y con una de sus manos empezó a masturbarme. Nos acostamos y él empezó a chuparme el pene. Estaba muy arrecho, insisto, y entonces le pedí un condón. No dijo nada, solo lo sacó mientras yo le escupía el largo pene y se lo chupaba y le lamía los testículos. Me volteó con brusquedad y me lo metió: yo no me resistí, pero le dije que más suave. Hizo caso con la penetración, pero empezó a darme unas nalgadas tan fuertes que estas atrajeron público al halo de luz que debía verse al otro lado de la puerta.
No duramos más de 15 minutos. No cruzamos media palabra. Solo besos y sexo desenfrenado. Cuando me sentía más apenado, el hombre guapo sacó un poco de papel higiénico para limpiarse y acto seguido se puso la toalla.
Salió para nunca más volver.
Simón Sarria https://ift.tt/eA8V8J
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