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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Tangas y éxitos: los 14 cañonazos siguen representando el ideal de mujer colombiana

Artículo publicado por VICE Colombia.


1966.

La escena se repite en las salas de muchas casas. Una esfera oscura, aterciopelada, plana, de vinilo, se sella contra una superficie y recibe la aguja que pone en movimiento sus sonidos. Un chirrido sutil, que suena algunos instantes como una hirviente fritura, sale de ese contacto. Es diciembre y las salas de las que hablo son colombianas. El disco que suena en estas escenas tiene en la carátula a una mujer joven y esbelta en bikini, que aparece sentada en cuclillas sobre el piso, rodeada por un círculo de cañones de juguete, a pequeña escala; la mujer levanta las manos en señal de "no disparen”, con una cara coqueta, y lleva el pelo recogido con voluminoso cuidado. Sobre la escena el título: 14 Cañonazos Bailables. Volumen 6.

Esta, la de 1966, es la sexta versión de una larga serie de recopilaciones musicales que, desde 1961, lanza sin interrupción Discos Fuentes. La primera portada de esta serie en donde posaba una mujer.

Los 14 Cañonazos Bailables, un nombre inspirado por los cañones coloniales de Cartagena de Indias, es un título familiar que atraviesa casi todo el imaginario colombiano: un nombre conocido a lo largo y ancho de generaciones y latitudes distintas, reconocible en muchas capas de ese entramado mixto y fragmentado que es nuestro peculiar sistema social. Para muchos, el solo nombre evoca imágenes de noches, con su respectiva amanecida, llena de familiares danzantes en una sala, y el sentimiento cálido de los festines barriales. Las canciones contenidas en cada edición, las mejores de cada año, fueron la banda sonora de banquetes anuales animados por niños correteando, pesebres iluminados y pinos ficticios decorados con esmero.

"Aún siendo un país escarpado en sus identidades, la colombianidad se siente muchas veces cohesionada en su habilidad para imprimirle sabor a la experiencia vital".

Todo eso son los 14 cañonazos. Las melodías de la atmósfera decembrina nacional. El ritmo de diciembre. El aire sonoro y festivo que va relajando los ánimos y salpicando estos días de comidas y licores. Uno de los emblemas de la Navidad colombiana.

Hoy, 58 años después, podría decirse que esta recopilación musical es un recorrido extenso que refleja los oleajes de la temporalidad en una nación que hacía música desde lo fragmentario, pero desde lo gregario también, desde lo violento y desde el júbilo. Este recorrido representa también cómo ha sido la experiencia de la música con el paso de las décadas, que pasó del vinilo al casete y luego al CD, hasta el invento de las réplicas digitales e ilimitadas.

Si se quiere, los 14 Cañonazos pueden verse como un gran documento para leer una estética cambiante, los tipos de cuerpos celebrados, los peinados acostumbrados, los tipos de ropa que se usaban… aún siendo un país escarpado en sus identidades, la colombianidad se siente muchas veces cohesionada en su habilidad para imprimirle sabor a la experiencia vital.

Pero estos álbumes, año tras año también representaban una imagen puntual: la de una mujer. Una que, de manera invariable, sigue ofreciendo incluso hoy su visión al apetito varonil. Nunca fue la misma, pero siempre ha estado, de manera similar, escasamente vestida. Generalmente en bikini. A veces solo es el torso y los muslos de una mujer que nunca llegamos a conocer. Otras una anónima figura que enseña su parte trasera, al borde de la desnudez. En algunas carátulas va un poco más vestida. Pero siempre abunda la piel descubierta, las poses provocativas, la figura femenina pensada para el goce de la mirada masculina. En más de 50 volúmenes, la figura siempre es distinta pero siempre es la de una mujer posando como objeto de deseo.

Y desde 1966, las canciones que figuraban se volvieron tan importantes como la modelo en la portada.

"Hombres activos, mujeres pasivas. Una ecuación difícil".

Que Discos Fuentes recurriera desde el comienzo de los sesenta al artificio de vender discos usando la imagen de una mujer puesta al servicio de la mirada masculina no era un mecanismo novedoso. Era simplemente una carnada habitual de la industria discográfica del momento. Y se guiaba por la creencia de que, independiente del género musical, la imagen del cuerpo femenino iba a ser garantía de ventas. El sexo como carnada comercial. Había un nombre para este método: vinilos cheescake. De allí que en tantas portadas, de tipos tan distintos —desde melodías románticas de los 50 hasta álbumes encandilados de salsa del barrio latino neoyorquino— figuraran chicas con el busto considerablemente expuesto, deleitables jovencitas semidesnudas inclinadas sobre un varón que preside un piano, enteramente vestido. Chicas en posiciones pasivas y lánguidas, chicas que representaban las formas de belleza que se celebraban ese año. Chicas puestas allí para lubricar las fantasías febriles de varones de todo tipo a la hora de comprar música.

Un disco de Bobby Valentín muestra a una chica ante una mesa con naranjas y ron que, con la boca abierta, pone la punta de la lengua sobre un banano pelado que sostiene ante sí. El long play es de 1969 y se llamaba Se la comió.

Cuando las feministas de la segunda ola empezaron a hablar, desde el cansancio y la ira, en contra de la cosificación de la mujer, a esto se referían. Cuando empezaron a dispersar la idea de que la feminidad era una trampa y que implicaba estar petrificada de manera pasiva, subordinada ante el deseo y la mirada masculina se referían a esto. Cuando se convencieron de que al renunciar a esto, lo femenino, serían pares ante los hombres se referían a esto. Mientras, los hombres aprendían que cualquier tipo de iniciativa comercial podía hacerse del cuerpo femenino —anónimo o conocido— para vender a través de la siembra del apetito. Y en el fondo aprendían algo más. Que el cuerpo de una mujer parecía algo así como una cosa congelada en una imagen, sobre la que se proyectan las voluntades y fantasías —y que aquella cosa pasiva está hecha para acoger todo lo que un varón imagine o decida—. Hombres activos, mujeres pasivas. Una ecuación difícil.

En esa atmósfera en que se fabricó el quinto volumen de Los 14 Cañonazos Bailables se sembraban en las mujeres dos fuerzas particulares: el deseo de sostener una existencia independiente e igual a la de los hombres en términos políticos y sociales; y el deseo sincero de experimentarse a ellas mismas como seres sexuales. La tensión entre estos dos impulsos sembraría algo más. Una ambivalencia muy precisa que comenzaba a dibujarse en medio de tanta desinhibición. La misma ambivalencia que todavía nos habita. Esa extraña enseñanza que reciben las mujeres desde niñas, que las ordena a ser objetos sexuales —deleitables, gustosas, encantadoras para la mirada masculina— pero que les prohíbe que extraigan goce del erotismo, que sean seres sexuales en sí.

"Los 14 Cañonazos Bailables, demuestran por ejemplo, que esa forma de observar lo femenino, que esa manera de percibir el cuerpo de la mujer, no es un asunto exclusivamente colombiano o latino".

Discos Fuentes siempre fue particularmente provocativo en su imaginería. Y como explica el coleccionista Carlos Javier Pérez, las carátulas del consecutivo son indicios significativos de las actitudes estéticas de las décadas en que se hacían. En general, las producciones de estas imágenes sucedían en condiciones muy distintas; no venían intervenidas por el maquillaje de la tecnología, dejaban cierto margen a un elemento de teatralidad. Se requerían escenarios e inventiva. Las ropas, los pelos y los artefactos de las portadas nos permiten una adivinanza aproximada del ideal estético de la época, y los 14 Cañonazos no son la excepción.

En esas carátulas, los cuerpos revelan cómo cada época inventa su mujer ideal. En ellos se lee cómo las formas de la belleza femenina van cambiando también en la medida en que entran nuevos dispositivos para moldearlos, fiscalizarlos y definirlos. A partir de los noventa, por ejemplo, las tecnologías de alteración digital empezaron a generar en estas carátulas pieles más lisas y bellezas con menos fisuras en la imaginería general. En los ochenta, la estética punk alcanzó a invadir las portadas a través de los peinados y looks más agresivos, y fue la década en la que figuraron muchas mujeres con un look extranjero, ajeno a nuestras raíces, esto porque la familia de Discos Fuentes se fue a vivir una temporada a Estados Unidos. Al entrar en los 00, las carátulas de los 14 Cañonazos Bailables empezarían a mostrar cierta inclinación por un cuerpo mucho más redondeado, atravesado por las cirugías, las cámaras de bronceado y acompañado por pelos larguísimos y ese garbo característico de la feminidad colombiana cuyo performance se compone de exuberancia, exotismo, una atención desmedida a la apariencia física, voluntad por complacer y atraer una mirada masculina con poder adquisitivo.

Las imágenes compartidas funcionan, entre otras cosas, para imaginarse colectivamente, como comunidad, como país. Los 14 Cañonazos Bailables, demuestran por ejemplo, que esa forma de observar lo femenino, que esa manera de percibir el cuerpo de la mujer, no es un asunto exclusivamente colombiano o latino. Como en tantos lugares del mundo, esta recopilación de discos y sus portadas, es un conducto para comprender cómo se ha fabricado la imagen de lo femenino en la cultura popular colombiana. En Colombia se aprendió a ser hombre dentro de este paisaje: a la espera de 14 melodías para bailar en la temporada festiva y decembrina, y a la espera de la imagen de una mujer que calentara las noches navideñas.

Vanessa Rosales https://ift.tt/eA8V8J

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