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jueves, 20 de diciembre de 2018

Los millenials somos la nostalgia de Kevin de "Mi pobre angelito"

Artículo publicado por VICE México.

Para nosotros, los millenials, crecer viendo Mi Pobre Angelito es tan natural como comer o respirar. Una película diseñada específicamente para navidad que, de alguna manera, se incrustó en nuestro inconsciente como un inmortal clásico de la época. Todos, de alguna manera u otra, queremos ser —o quisimos ser— como Kevin McAllister. Le pregunta es ¿lo somos?

Viendo la película de más grande es curioso notar cosas que no notaba de niño aunque fueran totalmente claras para la construcción de la trama. Particularmente, cómo la trama gira alrededor de la locación de Kevin dentro de su familia.

La película empieza con el caos de once niños y cuatro padres confinados en una mansión a las afueras de Chicago. Kevin, a la par de su primo Fuller “el moja-camas”, son los más chicos, pero aunque Fuller parece ser un par de años más joven, Kevin es visto como el inútil, el apestado, la oveja negra de la familia. Constantemente los hermanos —e incluso los padres— de Kevin se distraen de sus preocupaciones para humillarlo.

Como es común en familias grandes, inmediatamente se puede percibir que dentro de un colectivo de personas lejos de afianzar el sentido comunitario, exalta el impulso individualista de cada uno. El problema, parece ser, es que todos menos Kevin han podido definir su supuesto lugar dentro de la familia. Él, por ser pequeño, lucha por un reconocimiento que dado su lugar impuesto externamente por los demás miembros de la familia no puede conseguir de ninguna manera. Al parecer la familia se comporta como una tribu donde tienes que hacer un rito de pasaje para conseguirte el respeto del resto.

El deseo de reconocimiento de Kevin fija los motivos de sus acciones por el resto de la película. Como es de esperarse, no se presenta fortuitamente: Kevin es olvidado en su casa, no por un error de conteo, sino porque en vez conseguir el reconocimiento por respeto a su carácter lo espera como una necesidad debido a su condición de niño. La crueldad con cómo tratan a Kevin por ser sólo un niño es dura y no es nada extraño que literalmente deseara que no existiera el resto de su familia al día siguiente después de ser humillado por todos en tan sólo un par de horas. La situación de la generación que comienza a principios de los 80 y termina a principios del 2000, los millenial, no dista mucho de la propia de Kevin.

En un paralelismo se pueden ver los rasgos que unen a Kevin como vocero de esta generación. Al comienzo de la película, él es automáticamente rechazado simplemente por ser joven, por no insertarse al molde de la dinámica familiar orgánicamente. Como tal, parece ser, él aunque sí es un niño caprichoso también es ampliamente incomprendido y poco escuchado. El sin fin de dinámicas de culpa hacia los millenial no distan mucho de esto, las inumerables industrias que estamos “asesinando” solamente por no tener los mismos intereses y proyecciones que las demás generaciones los convierten en un blanco para expiar un resentimiento intergeneracional del que Kevin, también es recipiente. Sin embargo, más tarde que temprano, tanto para los millenial como para Kevin llega la prueba de hacer su valía, y aceptar que el reconocimiento es una lucha, nunca un regalo.

La lucha por reconocimiento es una que permea la película y la realidad de la posición que tiene cualquier generación frente a sus antepasados. El reconocimiento es conseguido únicamente frente a otro sujeto que no desea darlo, al menos no gratuitamente. En el caso de Kevin se da frente a los “bandidos mojados”, y su interés por proteger su cueva a toda costa. Los millenials, propiamente, son una lucha constante por renovar sus intereses, proyecciones y necesidades. La atención, por tanto, se fija completamente en el crecimiento del individuo frente a la amenaza externa que, en cualquier caso, se rehúsa a aceptar —a menos de ser mostrado lo contrario— la autosuficiencia y mayoría de edad del individuo. Los millenials somos Kevin McAllister y la ola que solamente estereotipa nuestra insuficiencia social son los bandidos.

El resto de la película se desenvuelve como se espera. Kevin supera el rito de pasaje de su tribu a través de valerse por sus propios medios durante dos o tres días, protegiendo la cueva de la tribu a toda costa. La casa de los McAllister es un reflejo del inmenso deber que se ha impuesto a nivel social a una generación que en pocos años será la fuerza laboral más importante del mundo. Los medios para hacerlo son los suyos, nadie le dice cómo hacer ni cómo defender nada, pero aún así lo hace, Kevin y el millenial promedio, por igual.

La intención no radica en igualar la rapidez del crecimiento de Kevin, sino la pauta de lo que, al parecer, está sucediendo con fuerza sobre la percepción cambiante y móvil del papel que desempeñan los millenials socialmente e intergeneracionalmente. Una nueva pregunta sería: ¿estamos listos para el llamado de acción de Kevin McAllister? Kevin descubre, al final de la película, que los prejuicios externos son perniciosos, como nota con el hombre que le ayuda a atrapar a los bandidos, y que el reconocimiento llega de los demás cuando uno descubre y valora su propio potencial. No pide que Buzz, el bully, lo reconozca pero ésta aún así lo hace porque tiene la capacidad para dimensionar lo que el niño de siete años logró por sí sólo, sin conocer el trasfondo de todo lo que tuvo que hacer.

Propiamente, para los millenials, el momento de aceptar que el reconocimiento no es dado sino conseguido a través de la lucha es ahora.


Sergio acepta el llamado de Kevin McAllister en Instagram.

Sergio Pérez Gavilán https://ift.tt/eA8V8J

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