Artículo publicado por VICE Argentina
Año 2006. Agustina “Achu” Díaz tenía 18 años y soñaba algo recurrente. Era así: noche de carnaval en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Ella tenía que ir al club de su comparsa, Marí Marí, para retirar su traje. Pero en vez de entregárselo, le indicaban que subiera unas escaleras y que allí podría retirar su atuendo. En el sueño, Achu empezaba a subirlas, pero a medida que avanzaba, la escalera se estiraba y ella no hacía otra cosa que subir, desesperada, porque sin el traje no podía salir en la comparsa. Después despertaba, súbitamente, angustiada.
Un día Achu decidió contarle el sueño al cura de su parroquia.
—¿Sabés lo que significa esa escalera infinita que sube?—le dijo el cura, un hombre jóven, interpretando su sueño—Que en realidad esa escalera te lleva directo al infierno: el Carnaval.
Achu se quedó angustiada. ¿Sabía el cura que ella fue una única noche, a escondidas de su familia a bailar al carnaval? ¿sabía el cura la felicidad que ella había sentido, la sensación de libertad que le había generado ponerse las plumas y salir radiante? ¿sabía el cura la contradicción que ella tenía entre la religión y el carnaval?
Agustina empezó en sus discursos y en las entrevistas que le hacían a decir todas estas cosas. Lo primero que planteó fue en repensar los atributos monárquicos para la representación de una fiesta en una ciudad Latinoamericana. Es decir, que se deje de llamar “Reina” parea ser “embajadoras o representantes”, y que se le deje de dar una corona. Es decir, repensar iconográficamente lo que simboliza. Por otro lado también empezó a plantear públicamente que los parámetros estéticos que siempre se plantean desde esos concursos son incumplibles y eso lleva a que las mujeres enfermen física y psíquicamente. Planteó la idea de repensar los estereotipos: problematizar sobre si una cuando elige exponer su cuerpo, cualquiera pueda decir lo que quiera. Eso le implicó, por ejemplo, pelearse con fotógrafos que le ponían literalmente la cámara en la cola porque “siempre sucedió así”.
Por supuesto que una reina que lo empezaba a cuestionar todo generó muchísimo apoyo entre un sector y rechazo en otro, diciendo que “politizaba las cosas, que el carnaval no tenía nada que ver con el feminismo”. En redes sociales hicieron campañas en su contra, le decían públicamente que no tenía busto, o que parecía una travesti, suponiendo que eso era un insulto. Pero en vez de serlo, Achu utilizó eso para reivindicar a las mujeres travestis que bailan en el carnaval y también se ganó el cariño de la comunidad LGTBI.
La semilla que sembró Achu desde su mandato en 2016 empezó a germinar. Dos años después, en las incipientes elecciones para la reina de 2018, otra Agustina de apellido Nozzi fue electa por la misma comparsa Marí Marí, para competir por la corona en el verano. En su asunción, después de bailar y desfilar dijo por el micrófono:
—Quiero contarles que a medida que la gente se iba enterando que iba a cumplir este rol me han dicho cosas como “bueno ahora que vas a ser la reina vas a tener que comportarte como un señorita” o “vas a tener que desfilar muy elegante”. Quiero contarles algo: yo no puedo prometer esas cosas, porque no puedo prometer ser alguien que no soy. O prometer ser algún tipo de ideal que la sociedad espera de este puesto.
El feminismo penetra en los lugares menos pensados, en esos lugares estancos que tenían a las mujeres en vitrinas. Pero ya está. Las mujeres del carnaval están rompiendo las cajas en las que estaban puestas, como objetos que se sacan y se ponen. Son ellas las que se sacan el mote de muñequitas Barby y dicen, gritan, también desde las carrozas: ¡Abajo el patriarcado, se va a caer!
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