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viernes, 21 de diciembre de 2018

Los muchos caminos para predecir nuestro destino amoroso

Artículo publicado por VICE Colombia.


Tengo una gran amiga que desde niña decía tener la capacidad de leerle las monas de la chocolatina Jet a sus compañeritas de clase casi como si fuera el oráculo de los dioses. Dependiendo del animal, desde un dinosaurio extinto a un excelso ganso, ella era capaz de entrever en ese zoológico de papel un destino posible para esas infantes que, crédulas, la consultaban y que lo único que las inquietaba era saber si el niño de la ruta las iba algún día a besar o no.

En mi colegio lastimosamente nadie reclamaba semejante don, pero sí creíamos ciegamente en los vaticinios que podían traernos las placas de los carros. Si veías de camino a la casa tres ceros seguidos, como un mensaje mágico de la vida, eso significaba que "ese chico que te interesaba te iba a llamar" o si veías una placa con sólo números cuatro la sentencia tenía un carácter más resolutorio: "te iban a pedir el cuadre".

Las niñas de los cursos más avanzados tenían mecanismos más sofisticados: simplemente llenaban los test de la revista , que de forma acuciosa —a juzgar por su fama entre las adolescentes— podía vaticinar si había un futuro romántico con el nuevo prospecto de novio elegido, aunque el pobre ni por enterado se diera de que se llenaban revistas enteras en su nombre.

Todos estos divertimentos apelaban a una misma necesidad que parecía emerger desde muy temprano en el corazón inocente: predecir nuestro camino amoroso. Todos eran juegos que ponían de manifiesto una ambición que quizás ya nunca más termina por desampararnos y que tiene como último fin encontrar un patrón que nos explique cómo se gobiernan los sentimientos del otro y, por sobre todo, cómo se predicen sus incalculables mutaciones.

Es como si desde temprano estuviéramos reclamándole a la vida una ayudita, un mapa de ruta para entender cómo navegar mares tan insondables como los del amor.

Aunque la magia que nos hacía creer en lo que estos jugueteos nos predestinaban se va esfumando con la madurez y con la evidencia de que el amor es inaprensible, inatrapable e imposible de rastrear, lección que hemos aprendido a fuerza de que nos rompan el corazón justo cuando menos lo esperábamos, no terminamos de abandonar del todo un pensamiento mágico cuando en asuntos del corazón se trata.

Sí. Mientras las más supersticiosa están siempre prestas a indagar en los signos zodiacales de sus potenciales parejas para trazar quizás un rastro de compatibilidad, o en sus fechas de nacimiento para que la carta astral les revele cuándo es que finalmente se van a alinear los astros para poder casarse, o en saber sus nombres completos para que algún experto les haga la numerología y ver si va a haber fidelidad, las más escépticas pondrán más bien su atención en la minuciosidad en cómo se repitan los rituales más mundanos como el cenar juntos todas las noches, tener sexo los fines de semana, pasar el año nuevo en la finca, o en la promesa de nunca irse bravos a la cama.

Las solteras, por su parte, prenden velas de miel, ponen rosas rojas en el norte de su casa, posan cuatro cuarzos rosados debajo del colchón para crear una pirámide de vibración romántica y llenan cuadernos en blanco redactando a manera de decreto y en presente la llegada del amor que no llega y que, de nuevo, quieren reclamar el derecho de, al menos, intuir si va a llegar de una buena vez por todas o no.

Supersticiones o micro rutinas ambos ayudan a crear la falsa idea de que sabemos para dónde es que va la cosa. Carta Astral o chocolatina Jet estamos siempre buscando anticipar la acción que pueda alegrarnos, pero, sobre todo, preparándonos para la que pueda quebrantarnos.

En realidad, detrás de cada unas de estas prácticas, las de la infancia y las de la adultez, hay un reclamo de certeza sobre el otro que amamos o que anhelamos amar y que siempre se revela como un abismo, un desconocido, un otro que no podemos tragarnos entero, uno que no nos pertenece, una media naranja que, a pesar da la metáfora, resulta que siempre es una naranja entera y que, en tanto, nunca sabemos cuándo decide mejor echarse a rodar.

Ante la incapacidad de saber cien por ciento qué pasa por las entrañas y la cabeza del otro que amamos o que esperamos que llegue, igual que las niñitas que querían saber si el jovencito del bus las iba a besar, siempre estamos pidiendo señales de guía.

Ahora que el año se avecina a su final somos más propensas en invocar la magia y en aferrarnos a lo que las señales y los signos nos puedan predecir, sin embargo, quedará siempre desvelado que el único e irremediable ritual para el amor es abrirse a su infinita incertidumbre.

Esa es quizás la única señal que la vida entre placas de carros, revistas adolescentes y sofisticadas predicciones siempre intenta darnos.

Chica Polvo https://ift.tt/eA8V8J

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