Artículo publicado por VICE México.
Hace una semana las redes sociales ardieron por las desafortunadas declaraciones de un boxeador mexicano, quien se atrevió a decir, entre otras cosas, que aunque él consideraba que Hitler era una mala persona, “pero en eso sí lo apoyo, los putos gays son una plaga”. En un video de varios minutos, Darío Larralde, quien presumía de ser seleccionado nacional en su disciplina —y quien además aseveraba que representaría a nuestro país en Tokio 2020— se describía a sí mismo como “un imán de gays” y decía que ahí dónde iba, se encontraba un montón de pinches putos acosándolo e intentando seducirlo.
“Me cagan los putos gays, les tengo una pinche fobia… en todas las partes a las que voy siempre hay un pinche gay. Todo lo que hace su comunidad, todo lo que hacen ustedes, todo lo que representan, me caga, nunca lo voy a aceptar”, dijo el pugilista.
Como era de esperarse, sus declaraciones se volvieron virales y sólo unas horas más tarde, el mismo Darío compartió por medio de sus redes sociales un desafortunado intento de disculpa pública en el que afirmó: “No le deseo el mal a nadie, no deseaba que se hiciera viral lo que dije. Soy homofóbico y la verdad no hay mucho que pueda hacer sobre eso. Así soy. Me nace ser así. Lo que dije estuvo mal y le debo una disculpa a todos. Así que perdón si lastimé a alguien. Pero es mi opinión”.
Por supuesto, la polémica continuó. Lo peor del asunto es que el mismo Darío comenzó a dar retuits a personas que lo apoyaban diciendo que lo que había hecho no estaba mal y que él “sólo estaba emitiendo su opinión” y que únicamente “estaba ejerciendo su derecho a la libertad de expresión”. Lo que todas estas personas —incluido el mismo Larralde— ignoran es que ningún discurso de odio en lo general y que ninguna expresión homofóbica en lo particular, están cobijadas dentro del principio de la libertad de expresión.
Y no hay que ir muy lejos para saber esto. Ya en marzo de 2013, la Suprema Corte de Justicia de la Nación en México aprobó un dictamen el que se lee que expresiones homofóbicas como “maricones” o “puñales” (o “putos gays”, como en el caso de lo expresado por Darío Larralde) de ninguna manera puede ser considerado como un acto de libertad de expresión, un derecho consagrado por el artículo sexto de la constitución. Es decir: el ser abiertamente homofóbico y después jugar la carta de “es mi opinión” o la de “estoy haciendo uso de mi libertad de expresión” es totalmente inválido ante las leyes mexicanas.
Más aún: un año después de que la Suprema Corte diese este histórico fallo, la Ciudad de México también hizo lo propio a nivel local y gracias a ello a partir de 2014, cobijados bajo la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación en el Distrito Federal, todas los actos y/o expresiones homofóbicas son considerados delitos. Esto es importante porque, según esta ley, se entiende por homofobia “toda aversión manifiesta en contra de las orientaciones, preferencias sexuales e identidades o expresiones de género contrarias al arquetipo de los heterosexuales”. Esta ley no solo obliga a las instituciones a mantener ambientes libres de homofobia, sino también a los PARTICULARES (es decir, a cualquier ciudadano, como en el caso de Larralde), pudiendo establecerse sanciones y castigos en caso de encontrárseles culpables del delito de homofobia.
Ahí es cuando el argumento de “es sólo mi opinión y tienen que respetarla” se desbarata: en todo el territorio nacional la homofobia no está cobijada por este derecho, y en el caso particular de la capital, esta puede ser sancionada si alguien presenta una querella ante las autoridades. Así que no, querido amigo: no es “sólo tu opinión”, en realidad estás incurriendo en un delito y es hora de que lo vayas entendiendo.
Pero si vamos un poquito más allá, podemos acudir a lo que hace poco revelaron diversos estudios, que confirmaron lo que para muchos era más que evidente: la homofobia no es sino una manera de expresar de manera violenta algunos deseos homosexuales reprimidos. El más importante de estos estudios fue publicado en el año de 2013 por el Journal of Personality and Social Psychology, en los Estados Unidos.
Este estudio en el que intervinieron los institutos de investigación de tres universidades distintas (La Universidad Rochester de Nueva York, la Universidad Essex de Inglaterra y la Universidad de California en Santa Bárbara) demostraron que todas aquellas personas que mostraban una conducta abierta de rechazo, violencia y hostilidad hacia personas homosexuales, lesbianas o trans, en realidad tenían ingredientes de atracción en distintos niveles. A este estudio se unió más tarde uno más, desarrollado en Alemania que confirmó los resultados de los tres anteriores: los estudiantes que manifestaban sentir odio o repulsión por orientaciones sexuales diversas, mostraron un nivel de atracción a nivel inconsciente que los identificaban como potencialmente homosexuales.
Cuatro estudios independientes confirmando, sin un solo caso excepcional, lo mismo: que la homofobia no es otra cosa que una manera de mostrar de manera violenta lo que las personas rechazan dentro de sí mismas. Esto, por supuesto no significa que, como dicen algunos extremistas, todas las personas sean gays o que “todos los heteros se vuelven gays después de unas cervezas”. Tranquilos. Simplemente significa que cuando algo te parece en extremo repulsivo —en este caso una orientación sexual diversa— en realidad es tu psique queriendo decirte que hay un deseo no explorado que está pugnando por salir. Así que si tú, querido amigo o amiga, afirmas como lo hizo hace un par de días Darío Larralde, que los “putos homosexuales te cagan” y que “donde quiera que vas hay siempre un puto gay mirándote”, tal vez no es que seas un imán de homosexuales, sino que es tu mente diciéndote que le des la oportunidad de explorar un deseo que no ha podido consumar. Si sales a la calle con antojo de tacos, es claro que en cada esquina vas a ver una taquería, porque tus sentidos estarán alerta buscándolos.
Así que deja de hostilizar al prójimo y mejor acepta que tal vez detrás de esa fachada de masculinidad monolítica, hay un gay o bisexual asomándose. Y es bonito y está bien. Bienvenido seas. Te preferimos libre y feliz que haciéndole la vida miserable a otros. No te prometemos que el mundo gay será sólo pan y rosas, pero al menos dejarás de jugarle al macho cuando bien podrías abrazar esas ganas tremendas que tienes de jotear a gusto.
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